Yo le miraba mientras dormía. Perdí la cuenta de las horas en el tren. Ya no sabía como ponerme, me dolía el culo del asiento de madera, tenía frío, pero ya no podían darme nada más para ponerme encima. Mi madre leía como siempre y mi padre repasaba una obra de Mihura, para un futuro estreno. Le oí roncar y entonces me fijé. Su asiento hacía esquina, le veía de perfil. Un sombrero de ala ancha, sobre sus cejas, casi tocando su enorme nariz. Un bigotillo, más parecido a una ralla de rayuela, negro...un color negro raro, como rojizo (mucho más tarde supe que aquel color era teñido). La cara angulosa, muy delgada, con unos pómulos huesudos, casi hechos a cincel. Tenía la boca abierta y sus dientes eran, muy dispares, como puestos tirándolos y "caigan como caigan", todo era muy normal, dentro de la anormalidad a la que por los muchos viajes, ya estaba acostumbrada, pero allí había "algo" que me llamó la atención mucho más que su físico.
Una mosca. Sobre su inmensa nariz, se paseaba aquella impertinente mosca. Lo curioso es que llegaba al final de la misma y aparentemente, se asomaba a la boca abierta, con mucha más curiosidad que prudencia.
Estaba fascinada...¿Sería capaz de bajarse y posarse en la boca? Y si lo hacía...¿Se la tragaría el huesudo durmiente?.
Fascinada, puse el empeño de mis ocho años en que no le despertase nadie, y por supuesto que a nadie se le ocurriese, espantar a aquella fantástica mosca que tanta distracción me estaba dando. Mi madre me miró extrañada y sus ojos buscaron el motivo de mi rara quietud. No tardó en darse cuenta y con su jovial infantilismo, puso el punto en el libro y guiñándome un ojo, se puso a observar conmigo.
MABEL ESCUDERO USERO
Publicado en el blog mabelcuenta
No hay comentarios:
Publicar un comentario