Aquel día, minutos después que saliste a caminar, me arrepentí de no haberte acompañado y fui tras tus pasos. Llevabas ventaja. Tus piernas son poderosas: me asombra la distancia que recorren en poco tiempo.
Yo corrí apenas unos metros en vano por mi pie inútil, y seguí a mi propio ritmo.
Te veo ahora alejarte, tal como hacías en aquel momento. Solo que entonces mirabas hacia el mar: a los botes que desde el horizonte regresaban a la playa; a los que proveían el festín de las gaviotas; al velero partiendo el oleaje oblicuo, a los pocos bañistas en el agua.
Si hubiésemos caminado juntos aquel día, hubiéramos ido haciendo los mismos comentarios de años, y recogiendo quizás alguno de nuestros caracoles de cada verano. Mas yo iba rezagada, disfrutando de tu ignorancia de ser observado y de mi voz narrando tu mirar.
Llegué a un grito de tu espalda. Pude haberte llamado, pero no lo hice. De pronto me sentí una intrusa, una fisgona y para no perturbar tu momento único, di la vuelta. Regresé despacio a esperar que regresaras.
Mónica Ortelli
Publicado en el blog nivaranicuchillo
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