a Federico García Lorca
Con semillas de vivencias
ardiendo de girasoles
se entregaba a escribir
esas cosas que de lejos
entre el sueño y la vigilia
siendo sombras cobran vida:
Un claro anillo de agua
en los dedos de una rama,
y unos trinos como joyas
enjoyando la enramada…
Al nombrar lo que sentía
y escribir lo que pensaba,
fueran nueces o verduras
o los velos de la aurora,
las palabras parecían
ir leyéndole un cuento
de riachuelos que se alejan
entre helechos y jarales
dando saltos, dando brincos
como espigas de trigales.
Si la noche con sus velos
se acercaba de puntillas
a espiar lo que escribía,
para luego divulgarlo
por galaxias y planetas,
el niño dentro del hombre,
bien guapo y muy concreto
a su luna la invocaba,
y ella rápido corría
al balcón de sus palabras
deshojando margaritas
con dedos de niña breve…
Los racimos de vivencias
los colgaba en sus romances
y al nombrar lo que sentía,
las palabras y vocablos
con los gestos de su fuego
se entregaban a bailar
un baile de siete velos.
Y entonces todo el poema,
flautín de mirlo y de avena
perfumaba sus heridas.
Y su Luna lo sabía…
Por las noches en sus sueños
toda el alma se le iba
tras un enjambre de voces:
La lluvia que se agolpa
calmando los labios rotos
en los quemados jardines.
El balido de un becerro,
el más chico del aprisco,
pidiendo un pote de leche
entre las nieblas del alba.
Y su Luna lo sabía…
Si la noche con sus velos
se acercaba de puntillas
a espiar lo que escribía,
La presencia de su luna,
dejaba toda su menta
de abeja de miel y heridas
a lo largo de sus versos.
¡Oh, su luna lunajera
de perfil de Macarena!
La mitad llena de plata,
y, la otra, de rodillas…
Luna de escarcha y de agua
con peces como navajas
y labios de arena tibia.
Lionel Yino Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario