Arropada en su poncho
se sentaba a contemplar
los gestos de los rayos
a la hora del crepúsculo.
Y al oír el salivar
del agua en los pedruscos
recordaba a los niños
que están sin pan ni abrigo.
En el naranjo en seco,
las quejas de la alondra,
y en los golpes del agua
color de la orfandad.
Arropada en su poncho
tejido por su abuela,
se sentaba a platicar
con el cardo y su flor.
Una era toda espadas
la otra, copa muy azul.
Las dos un huracán,
como es el corazón.
Y al sentir la alegría
de la estrella y del cardo
su pelo se enredaba
con el anochecer…
Lionel Yino Sánchez
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