Si tú no estás, el silencio me aturde como el más fuerte de los ruidos.
Quiero morir aun antes que la misma vida me mate, sin empezar a vivir
perdido en el triste silencio gris de mi verbo, que muere antes de nacer.
Pero llegas tú como el tibio sol del amanecer, y recorres mi piel.
Y el silencio se hace verbo, murmullos y grito, en una urgencia de ternura
al sentir mis urgencias de amarte y poseerte, entre los silencios y lujurias.
La luna murmura en tu espalda desnuda, nuestros prohibidos amores.
Te amaré, como los azules abismos a la brisa perfumada de los vientos
esperando nuestros amores prohibidos, en noches de lujurias y desvelos.
No quiero un amor desesperado, lo quiero prohibido.
Quiero vivir en tu morada, beber tu boca, acariciar tu cuerpo con ilusión
y olvidar mis otoños grises entre tus dulces primaveras, con toda pasión.
Poseerte es como el asombro de beber el universo por mis pupilas.
Siento que penetro una constelación de estrellas que fluyen como fuego
cuando anudo luciérnagas que iluminan tu piel bebiéndome mis sueños.
Tu continente es un cristal ardiente, que enturbia mis simientes.
Y allí dulcemente, tus manos me desnudan y te desnudo en penumbras
cuando me aprisionas con tus piernas, siento tu tibio aliento y premura.
Hoy, aunque estés conmigo más te extraño, y comencé a amarte.
Porque te quedas, ardiente y quieta entre mis brazos, y bebo de tu boca
una caricia loca que perturba, apasiona en amor y entrega que provocas.
Tu sed de amar es como una tempestad y lluvia, en tu alma.
Tu cuerpo desnudo y de brisa se vuelve fuego, tus manos, lava ardiente
transformada en ángel y demonio entregas cuerpo y alma para siempre.
Mi boca se pierde entre la tibia aroma de los pétalos de tus pechos.
Y allí veo el paraíso de tus curvas lujuriosas, en la pradera de tu vientre
en gozo infinito, placer hecho gemido ardiente, entrego mis simientes.
Sólo somos dos amores apasionados en uno, por el amor.
Mi pasión late en tu vientre tibio como en un paraíso perdido sin olvido
en el vértigo fogoso del éxtasis extremo, entre los amores pervertidos.
En la vigilia tibia del alba, caminas desnuda con tus pechos turgentes.
El sol sonroja tus curvas de diosa, te ilumina tu sonrisa, tus ojos de cielo
revive el deseo de amarte sediento, como beber un oasis en el desierto.
Me enamoré del aroma dulce de tu ombligo.
No te vayas, quédate siempre conmigo.
Y olvídate de nuestro amor prohibido.
Manuel F. Romero Mazziotti -Argentina-
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