Rizos tiene cataratas, un poquito de cataratas, una catarata pequeñita, un principio de cataratas. Nos lo anunció Marcos, su veterinario de cabecera, como si no fuera nada. Se lo dijo a Ester y cuando ella, más tarde, me lo contó a mí, me dejó pensativo e inquieto.
La llamé y me asomé a sus ojos. La lenteja azul que con frecuencia dibuja la luz en ellos provocándome risas al hacerme pensar que mi niña primera es una perra biónica, podía ser, horror, una mácula maldita que le estaba restando visión. “¿Cómo se puede reconocer la catarata en un perro?” me pregunté alucinado, "¿cómo saber cuándo cuánta agudeza ha perdido o cuánta va a perder?". Marcos, con su acento italiano, tranquilizó a Ester con palabras como : “…que no le deis importancia, que es poca cosa”, “… el sentido de la vista no es el principal en ellos”
Rizos me seguía mirando como el primer día cuando me escogió para sacarla de la protectora de Chiclana. Su mirada, tierna y seria en la mayoría de las ocasiones, me parecía, me parece aún la misma. Aquella tarde, seguía curiosa mi dedo ante su hocico y hasta creo que respondía a mis guiños de investigación con leves movimientos de cabeza.
A mí hoy me tranquiliza verla corretear conejos y pájaros negros, una de sus aficiones matutinas, adivinándolos certera en la distancia. Pero, alguna vez, la he visto saltar para subirse a una mesa o a su “pollero” preferido en el brazo del sofá y quedarse a medias en la pirueta como si hubiese errado el cálculo. Entonces, me viene a la cabeza el recuerdo de esas cataratas que anuncian que ya no es la cachorrita que llegó mi vida hace casi 10 años, la que me eligió para sacarla de la Protectora. Entonces, idiota de mí, me pongo un poquito triste por no ser capaz de quedarme a vivir el maravilloso momento de su compañía y anticipar, estúpido, la llegada de su ausencia.
Juan L. Rincón Ares -Puerto de Santa María-
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