Nevaba. Miré el calendario: 23 de diciembre. Mañana sería Nochebuena y no tendría con quien compartir la cena. Estaba solo. Hacía unos meses que perdí mi familia en una riada. Estaban acampados a la orilla de un río cuando una inesperada tormenta nocturna hizo que éste creciera. Fueron arrastrados. Como dormían ni se dieron cuenta. Ahora estaba solo, completamente solo.
Cuando me comunicaron el suceso, no me lo creí. Quedé sin respuesta. La identificación de los cadáveres fue insoportable. No pude contener las lágrimas. Durante tres días ni comí, ni dormí. Solo lloré. Poco a poco comprendí que la vida seguía para mí y que tenía que continuar mi camino aunque fuera en la más absoluta soledad.
Miré de nuevo el calendario: 23 de diciembre. En la calle sonaba un villancico. Lo reconocí. A ellos les gustaba cantarlo todas las navidades. Cerré la ventana pero la música siguió sonando en mis oídos. No quería escuchar Noche de Paz porque para mí la paz se esfumó aquella noche de la riada.
Alguien, no recuerdo quien, ni donde, me dijo que no desesperara que algún día volvería a sonreír. Le contesté que era un insensato, que para mí la vida ya no tenía sentido. Se alejó sonriendo.
Nevaba. Las calles estaban desiertas. Todos en casa preparaban la cena de Nochebuena. Yo este año cenaría un poco de queso, una manzana y un yogur. Tal vez hasta eso me resultaría difícil de comer. Tal vez me acostara en ayuna. No me apetecía nada.
A las 12 menos cuarto llamaron a la puerta y sonó el móvil. Miré la pantalla. Un compañero me felicitaba las fiestas. Abrí la puerta. Una joven pareja sonriente me saludó. Acababan de mudarse al piso de enfrente. No conocían a nadie y como no querían cenar solos habían pensado que tal vez habría un lugar para ellos en mi mesa.
De momento no supe decirles que mi mesa estaba vacía. Que no había ninguna cena.
Ellos esperaban mi respuesta. Pensé que no debía ser descortés. Les invité a pasar. Les conté que vivía solo y que esa noche no había preparado una cena especial. Ellos dijeron que en casa tenían jamón, langostinos y un pescado al horno. Si no me importaba lo traerían y lo compartirían. La chica salió y volvió con las viandas. También trajo un CD con villancicos. Dijo que para ponerlo de fondo mientras cenábamos. Su compañía me sentó bien. Eran una pareja agradable. Hasta consiguieron que sonriera después de muchos meses.
Me pidieron permiso para poner el CD, Se lo concedí. El primero era su preferido ya que ambos lo escuchaban desde niño. Nada más escuchar los primeros acordes las lágrimas aparecieron en mis ojos. Después me sequé las lágrimas y sonreí.
JOSÉ LUIS RUBIO
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