Hemos alargado el tiempo, extendido penas,
nos alegra la distancia, la ausencia de lluvias,
nos gustan ahora los mares sin olas, la lejanía;
yo, extraño mis gotas cayendo en tus aguas,
que dibujaban -al caer-, coronas transparentes,
levantaban espumas, creaban mundos a escala,
nacimientos de nuevos universos, rosas nuevas;
ahora, te has acostumbrado a borrar recuerdos,
diría que alejas de tu vida las buenas praderas,
los racimos de uvas, el campo, los cerros antiguos,
una suerte de vergüenza o timidez te acompaña,
has perdido la gracia de llegar inesperadamente,
yo, también, me he acostumbrado a vivir así,
sin regarte, sin podarte, sin recibir tus noches,
ese perfume especial al abrir la puerta y verte;
es insanamente absurdo depender de tus vientos,
no sentir tu caminar inquietante, tus roces,
me quiebra la idea de un amanecer sin amagos,
sin avisos de una lluvia que refresque mi vida;
me niego a seguirte, desde ahora, desde ayer,
voy a recoger tu aroma antiguo, tus maneras,
los brillos de tus conversaciones pasadas, tu tez,
cubriré con colinas verdes tus desiertos, veré,
así, las huellas dejadas en mis sábanas, las risas,
las cosas gratas que logro ver desde lejos, aquí,
confinado a no escuchar nada de ti, desterrado,
uniendo pedazos de letras, releyendo libros,
buscando encontrar los trozos de tus manos,
alguna línea que me cuente sobre tus rasgos,
cómo lucen ahora las horas en tu pelo, tu voz,
quiero despedirme en persona, una vez más.
Del libro UN AMOR EN EL TRÁFICO de
Gustavo García Soto
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