sábado, 1 de julio de 2017

UN HOMBRE


Un hombre se levanta en el alba, va al baño, se ducha, luego frente al espejo se afeita una barba de
varios días. En su habitación hay un lujoso clóset donde guarda una colección de vestidos y
zapatos de varios colores. Elige el negro es de los más recientes está casi nuevo, se viste despacio
logrando una precisión en cada detalle de su atuendo. Es fin de semana y sabe que debe ir a su
oficina, leer el correo y terminar un trabajo atrasado que deberá entregar urgente a su jefe. El jefe
es riguroso, exigente ya ha despedido a varios empleados por incumplimiento de sus labores. Sale,
baja por las escaleras, el ascensor de su edificio está malo, lleva varios días sin funcionar y no hay
quien lo arregle. Es día sin carro en la ciudad a pesar de ser un viernes festivo, se dirige al
paradero del autobús que lo llevará a su trabajo. Ya en su oficina se sienta frente al computador y
nota el crujido de la silla, está algo incómodo, lee los correos y da respuesta a lo más urgente. Hace
varias cartas, las imprime y las deja en sobres cerrados para que sean enviadas. Revisa el trabajo
que entregará a su jefe, lo termina y lo mete en una carpeta lujosa, no quiere regaños y enemistades
con el jefe. Termina su trabajo está todo en orden. Saluda al portero al salir. El portero se hace un
poco el distraído leyendo la prensa, le dice: buen día doctor que raro verlo hoy por aquí; es
viernes festivo y no hay nadie en las otras oficinas. El hombre sale de la oficina y en la acera del
frente del edificio donde trabaja toma un autobús para el centro de la ciudad. En el viaje se distrae
mirando por la ventanilla el difícil tráfico vehicular y el ruido que lentamente va llenando la
atmósfera de la urbe. Llega al paradero de los buses. Baja de este, y camina dos cuadras, localiza
un puesto de revistas y periódicos, compra el diario. Divaga un poco por la ciudad, observa la
monotonía, la congestión y el arrume de venteros ambulantes que gritan sin cesar. En la repostería
Té Astor, pide un café negro, el lugar está un poco lleno, él sólo nota el trajín de las meseras en su
ir y venir para atender a los clientes. Se hace tarde, debe regresar. Llega a su Apartamento, abre la
puerta, entra y se sienta cómodamente en un sillón de cuero que ya tiene sus años de uso. Lee el
periódico paulatinamente, página por página, y se detiene en la sección en la que se informa sobre
los resultados de las loterías. Saca de su cartera negra un billete de lotería, lentamente lo mira,
compara los números con el del periódico, ve que son iguales los cuatro números del mayor y la
serie. Sonríe para sí, es una sonrisa maliciosa la que se refleja en su rostro. Los observa
reiterativamente como para salir de dudas. Ve nuevamente que son iguales los dígitos del
periódico y los de la lotería. Se levanta, va a su habitación, abre el nochero, saca un revolver. Luego
se suicida.

Antonio Arenas Berrío -Colombia-
Publicado en la revista Añil 142

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