martes, 4 de julio de 2017

POEMA AL GRAN MAESTRO EDGAR ALLAN POE


¡Ya te vas, Edgar Allan Poe! Ya te vas...
Dejando el alma y el genio consumados en la profundidad
de las almas vírgenes, goteando tu pena, tu miseria, tu cerebro
insustituible. Te difamaron como a nadie, eso bien lo sabe Charles
Baudelaire, eso bien lo saben las plumas de oro, los universos
desolados, las plataformas brillantes que le han dado luz superlativa
a tus escritos.

No te quedó más que ganar migajas en la tierra,
y es que así pagan a los cerebros crepusculares;
tu perfección y tu estocada magistral prodigaban la envidia;
no tenías talento, el talento es fácil de digerir; lo tuyo era el genio,
esa sola belleza sobrehumana, ese solo verso decapitado por la
mitad, o vorazmente refulgido en dos caras opacas, unánimes.

Creo haberte visto ayer con los ojos tristes, llamándome, diciéndome
que te alcance un poco de licor y de tabaco; escuché a medias, como
una sombra paseándose por el jardín entreabierto de mi casa, te canté
un verso mío, te puse a mi lado como cobijándote, eso bien lo sabe
la oscura madrugada, la tinta en el papel, los ojos rojos de tanto absorber
tus dolencias amargas.

Edgar, mi querido amigo, emergías fino, caudaloso, desbordante,
como lo son las mentes libres y embelesadas.
Te pagaban poco, te pegaban duro, tus nervios pasearon demasiado
40 años grotescos, 40 años maquiavélicos; una entonación mayor
del corazón, ¡tu corazón!, ese acercamiento al mismísimo cielo
de la eternidad y sus antagónicos caprichos.

¡Ya te vas, Edgar! Con este mundo infrahumano en tus rodillas,
con tus extrañezas pálidas, con el "nunca más" en la boca sedienta.
Tus pálpitos insomnes, ese ebrio y loco muro donde advertías los lamentos,
ese genio tuyo tenía que compensarse, ley de la vida y de la naturaleza;
pues la ley de los instintos es para el común mortal. Ahí no entras tú.

¡Ahora sé que estás con los ángeles, y nada puede detener
ese sello definitivo, que nació en la frente como un ocaso, lapidario,
pero que ahora derrama bendición sin que se abran tus ojos, pues estás
descansando, con tu alma sublime, incomparable!

German Rodriguez Aquino

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