El tipo gritó, pegado al barandal, desde la parte más alta de la repleta discoteca: ¡Maldita bruja!
Las mujeres giraron la cabeza para mirarlo, una a otra, como fichas de dominó, despacito y en
cadena, sin desarmar la sonrisa y sin dejar de bailar.
En ese instante, la que fuera su novia, abordaba el carro de otro hombre, con los ojos llenos de
paz.
Adán Echeverría -Baja California-
Publicado en la revista Añil 142
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