martes, 4 de julio de 2017

LOS QUE PERDONAN


Deberías haberte confesado, o haberte hecho notar,
o haberte hecho
otra cosa, cualquier cosa visible, química, un camastro en el medio de la Luna,
un desierto, una virgen, Camarioca, una carta,
una canción didáctica acerca de cómo no se es, o acerca de lo mal
que estamos hechos el uno para el dos, o para el cuatro,
siempre par, todo par, todo pare, o no pare todo y se deshace dentro,
cuerpo dentro, y sale, sale como un volcán: rojo, distinto, a salvo;
todo vuelve al comienzo, o hubiese sido, pero que no fue,
y ahora vuelta a la vuelta de la vuelta,
ahora rugir, vocear, bracear con ganas encima de las nubes
de la manera más enternecida en que dejen de solver, de andar a gatas
con un trago en la mano de aguardiente, o de vino español,
pero no vino, y si no vino no fue
otra cosa, cualquier cosa visible que deberías haberme confesado,
o haberme hecho notar, porque aunque no estuvieses de colores yo andaba mudo
encima de una hoja de papel de lija poniéndome triste
con el fin aburrido de describir cómo es cuando estás triste,
como una búsqueda tremenda y nula de eficacia al rescate, de caer pasos
sobre el suelo del pasillo llorando, pensando en los cocuyos de los ojos saltones
que prenden como una vela en el lado oscuro de
haberse a sí mismo en círculo con los cordones zafados subiendo la escalera,
jugando a la pelota con un rastrillo y una lata de cola en el parque de los h,
golpeando contra el muro la rodilla, sangrando, botando la basura,
husmeando dentro de la otra mitad como si esa angustiase la mitad duradera
que no fue, que era alguien que no notas
desconocido y cerca: leyéndose la historia del azahar.

Jesús Jank Curbelo (Cuba)
Publicado en la revista Aldaba 33

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