martes, 4 de julio de 2017

HUEVOS DE MOSCA


Sentada en la arena conversaba con sus amigos. De pronto algo le entró en el ojo. Sintió un fuerte escozor. Creyó que era arena. Se enjuagó los ojos pero el escozor siguió. Abandonó la playa y tras ducharse, como el dolor seguía, acudió al Centro Médico. Tras un breve análisis le recetaron unas gotas. Se las echó pero en vez de ceder el dolor aumentó haciéndose irresistible. Decidió ir a urgencia a un centro privado. Allí la miraron y le recetaron otras gotas. No sirvieron de nada. Cuando se las echaba el dolor aumentaba. Fue una noche terrible. No consiguió dormir. Por la mañana estaba deshecha. Llamó a un centro especializado. Tras contar lo que le ocurría no consiguió que le diesen hora para ese día. Pero como el dolor la estaba volviendo loca decidió ir sin cita. Tenía los ojos enrojecidos de tanto refregarse. Buscando alivio se echaba las gotas pero el efecto era el contrario. Tenía los nervios a flor de pie. Tanto le irritaba. Las horas pasaban lentas.
Cuando llegó al centro oftalmológico habló con la recepcionista. Esta le comentó que sin cita no la recibirían. Pidió que la colocaran en el último lugar porque el dolor era insoportable. Era tanta su angustia que la recepcionista decidió colocarla en la lista de visitas. Quedaba esperar unas dos horas. No sabía si podría resistir. El dolor era cada vez más fuerte. No podía estar quieta. El dolor y los nervios la superaban. A las nueve de la noche la llamaron. Tras un minucioso reconocimiento supo que tenía en su ojo. No se lo creía. Tenía el ojo lleno de huevos de mosca. Las gotas recetadas les habían servido de alimento. Media hora tardó el oftalmólogo en extraer, uno a uno, todos los huevos. El dolor desapareció.
Aquella noche soñó que una gran mosca la atacaba furiosa picoteándole la cara y el cuerpo. Al despertar vio su cuerpo lleno de picotazos.

JOSÉ LUIS RUBIO

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