lunes, 24 de julio de 2017

FLORES


Tres rosas rojas se encontró en la mesa. Dos claveles blancos en la cama. Era su tarjeta de visita. Ella estaba en la ciudad. Había vuelto después de años de ausencia. Faltaba el jazmín que colgaba en la puerta cuando estaba en casa. Estaría visitando a los amigos. Vendría a la hora de comer. Para que supiera que había estado en casa puso las dos rosas y los dos claveles en un florero y dejó la otra rosa en la mesa. Después se marchó porque tenía dos entrevistas pendientes. Regresaría para el almuerzo.
A la dos volvió pero el jazmín no estaba en la puerta. Tendría que comer solo. Como llevaba tantos años fuera habría prolongado las visitas. Tenía mucho que contar. Serían muchas las preguntas. Al despertar de la siesta seguía sin aparecer. Empezó a dudar de que ella hubiese colocado las rosas y los claveles. Pero esta forma de comunicarse era su código secreto. Solo ella y él lo conocían. ¿Habría roto su pacto? ¿Se lo habría contado a alguien? No. Nunca lo haría. Cuando menos lo esperase acabaría apareciendo. Tal vez llegaría para cenar. Preparó uno de sus platos preferidos: pollo al limón con guarnición de pimientos y tomates asados. De postre un rico arroz con leche que también le gustaba.
Se sentó a esperarla en el salón releyendo un libro que le apasionaba: Veintes poemas de amor y una canción desesperada, del gran poeta chileno, Pablo Neruda. En muchos recitales fue su libro de trabajo junto con poemas de Lorca, Alberti y Machado.
A la nueve de la noche, cuando en las calles ya se habían encendido las farolas se abrió la puerta y sus pasos sonaron en el pasillo. La vio con el jazmín en las manos y una ancha sonrisa en la cara.
Le explicó que las amigas queriendo saber de sus viajes no la dejaron marchar hasta que no hubo satisfecho su curiosidad. Eran insaciables. Estaba cansada, muy cansada, con ganas de acostarse y dormir diez horas del tirón.
Le preguntó si había cenado. Le respondió que no pero que estaba llena porque había estado todo el día comiendo. Le dijo lo que tenía preparado. Le agradeció su trabajo y le pidió que lo dejara para el día siguiente. Ahora no tenía fuerzas para levantar la cuchara.
Al día siguiente cuando se levantó ella ya se había marchado llevándose el jazmín.

JOSÉ LUIS RUBIO

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