domingo, 23 de julio de 2017

DEJÉ ESCAPAR A LOS COBAYOS


Amor: dejé escapar a los cobayos. Te aviso por medio de esta esquela, difícil de leer bajo la luz del
laboratorio, porque haberlo hecho por otro canal hubiera significado tiempo para detenerme. No te
preocupes, no es falta de atención: tampoco yo, conviviendo conmigo mismo, lo sospecharía. Así que no te cargues responsabilidades y simplemente confía en que todo será rápido y sin incertidumbres.
Quedaron libres en una plaza del Centro. Pequeños. Desorientados. Inevitables. Habrá al menos una
centena de portadores en tres horas desde que escribo. Ahora que lees, miles de focos, aún asintomáticos, se están dispersando por la ciudad.
Cuando estalle la alarma, será entre los coágulos pestilentes y los gritos de los infectados, y diez o quince vuelos habrán aterrizado en las capitales.
Preguntarás por qué. Por justicia. Por curiosidad. Y porque puedo.
Conozco tu morder de labios, tus resoplidos disconformes, mirando asténica un punto cualquiera de la pared acerada, volviéndote otra en esta tortura azulada de lámparas, cada vez que gota a gota llenamos probetas con ponzoñas que eventualmente terminarían transformando al enemigo en una horda de seres horrendos y necesitados. Así que te libero. Ya no serás culpable. Por eso dejé escapar a los cobayos. Por amor a lo que quede de tu inocencia.
Tengo claro que nunca te seré suficiente, viejo, desaseado, sin virtud que puedas ver. No tengo entonces nada y por eso nada pierdo. No dejo de pensar en aquel día en que nos heló el horror en los ojos vidriosos de los prisioneros. Escuchamos cómo estallaban sus órbitas y se abalanzaban contra guardias y animales con movimiento epiléptico. Si temes ese fin, a tu lado dejé una inyección letal que puede evitar el sufrimiento. Yo ya lo hice, y por eso yazgo junto al escritorio. No te quieras sentir
valiente, no tengo más remedio que disuadirte: tan solo escucha los rumores. Tal vez sean ya alaridos.
Mira lo que queda del mundo exterior a través de los monitores.
Desengáñate. Esta epidemia es irreversible.

Horacio Botta (Uruguay)
Publicado en la revista digital Minatura 155

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