Bulla en el Arenal.
Despiertan a la vida. Corbata y chaquetilla azul, perfil de Apolo y tupé rebelde, él.
Ya se ha afeitado dos veces.
Ojos limpios, mejilla y nariz escondidas tras una constelación de pecas, faja estrecha
y cabellera ensortijada, ella. Hoy estrena tacones.
Subyugante la certeza de sus mutuas miradas.
La gente empuja.
Juegos inocentes de seducción junto al arquillo.
Dos rostros que se rozan, dos corazones que palpitan.
Ciriales asoman bajo el arco.
La multitud presiona, todos aprietan.
Los dos se estrechan. Inocencia en tierra de primavera.
Desbrozan la delgada línea imaginaria que une y separa la audacia con la timidez,
la novedad con lo desconocido.
Marea humana se compacta.
Es la primera vez que se ciñen y amoldan a un cuerpo expectante.
El paso se presiente.
La bulla se torna murmullo y el murmullo se hace silencio.
Ella rodea la cintura del ser más maravillosos del mundo.
Él abraza por los hombros al ser más maravillosos del mundo.
Balanceo blanco de lienzos sobre la cruz abanica a un Cristo yacente.
Ella levanta la vista, los rizos pegados a la solapa de su amor temprano.
Él quiere reflejarse en su mirada.
Crujir de trabajaderas.
Se miran temblorosos. Uno vibra, el otro se estremece, los dos estallan en mil
fragmentos de estrellas.
Ritmo acompasado de pies que rachean bajo el Postigo.
Pasa el Baratillo.
Pepe Bravo (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 30
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