martes, 24 de septiembre de 2013

TAMPOCO

No recuerda dónde leyó que el siete es un número de suerte. Para quién, se pregunta. Julia Balcarce no se lleva bien con el número siete. Tal cantidad han sido los papeles protagónicos que diferentes colegas le birlaron. Siete rencores acumulados, excusas alimentando su autocompasión de actriz fracasada.
Termina de zurcir la muñeca de trapo que construyó durante toda semana, no a su imagen y semejanza, sino como un burdo émulo de las siete ladronas en cuestión. De cada una eligió un rasgo que traspasó a su criatura de tela rellena. Y, sin embargo, la muñeca se asemeja cada vez más a Julia.
Con el previsible pretexto de una fingida invitación a cazar a Baradero, le pidió la escopeta prestada a un amigo de su difunto padre. El anciano, emocionado por la heredada afición de la mujer, le entregó el arma mientas le volvía a narrar las historias cien veces escuchadas sobre las expediciones de cacería que los amigos realizaban, antaño.
Dá la última puntada con cuidado para no lastimarse con la aguja. "Que no corra sangre", piensa, y remata con un nudo. Carga todo en el coche y conduce hasta los terrenos del ferrocarril. A esa hora los policías de la zona están almorzando, nadie va a percatarse del estruendo.
Aprovecha el tronco de un árbol y apoya la muñeca. Se aleja unos metros. Recuerda las instrucciones que su abuelo le daba para cargar la escopeta. Prepara los cartuchos, introduce uno en el caño, monta el martillo, divisa a través de la mira y dispara. Siete veces.
Luego, se acerca a la muñeca deshilachada, no puede dejarla allí. Vuelve a meterla, junto con la escopeta en el auto.
Ni siquiera fuera del escenario logra interpretar a una real asesina.
Una vez más, de regreso a su casa, tampoco escucha los aplausos.

Giselle Aronson -Argentina-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas

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