A su lado, un payaso de nariz sanguinolenta escribe la biografía de cuando su padre era una anguila.
Debajo de una bocanada de bocas, beso las piedras de una cárcel de puertas abiertas bajo los aplausos de guantes de madera.
Arañando mi rostro fotografío una caja que desinfecta y limpia sin huella, porque mi cuerpo no dejaba sombras en los espejos.
Quiero volver al Instituto, pero no para pegarle fuego sino para sentarme en el parque y esperar.
Las bombillas van llenándose de lepra y la intemperie se vuelve responsable como un globo sonda en los ojos de un bebé.
Prefiero la huida antes que salir bello en las fotografías porque los versos rotos confían en el péndulo que son mis manos.
La conciencia es un placer en una boca de metro de escalones rígidos.
La pausa se llena de incienso y puntos suspensivos para acabar siendo lo que sabías que serías.
Un cuello lanudo y gris estropea la visión del demonio, la carne y de lo otro que no recuerdo.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁDEZ -Mérida-
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