allí donde ni la hierba crece,
la magia del pincel,
ha plantado un frondoso árbol
que hunde sus raíces
en la ardiente lava
que desciende hacia el valle
arrasándolo todo sin piedad.
Allí, en el cráter, inmune al calor,
bajo un cielo gris ceniza,
brevemente iluminado
por un rayo iracundo
que quiere partirlo en dos
y hundirlo en las rojas llamas
que el volcán continuamente,
sin descanso, vomita.
Allí resistiendo al calor,
resistiendo a la desbocada energía,
el árbol sigue desafiando
a la patética realidad
que no resiste los duros ataques
de unos seres que perdieron
hace mucho tiempo, mucho,
la capacidad de asombrarse.
JOSÉ LUIS RUBIO
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