al que solíamos venir los domingos/
mientras escribo este poema sin destino,
este poema que cae de mi mano como las hojas
de los árboles abatidos por la lluvia,
miro entrar y salir a gente que no conozco,
es gente del país extranjero, tan desconocidos que entran
o salen, cada cual en su mundo de ipods y emepetrés,
y resulta que nadie se da cuenta que estoy
pensando en ti, en nuestros hijos que disfrutaban la sección
de juguetes o películas infantiles, mientras tú aprovechabas
para perderte entre blusas azules o vestidos de verano,
y yo –nunca lo supiste porque procuraba que nadie lo notara-
los observaba desde un rincón o esquina, una rendija
entre los anaqueles y el cielo, y me llenaba con la dicha de verlos felices,
ajenos a mis preocupaciones de empleado universitario,
o ciudadano de a pie, o, acaso, y tan solo, hombre triste,
uno más entre los hombres tristes que alguna vez, como ahora,
esperan verte salir o entrar al centro comercial
como lo solíamos hacer los domingos de cualquiera día,
y entonces, sin que te des cuenta, seguirte hasta la sección
de damas, y ahí contemplar la absoluta redondez
de tu blancura, todo eso sin adelantar mi mano para tocarte
un hombro, tu cuello o pelo, y luego decirte
-decirte arteramente- todo eso que mis
noches empiezan a contarme de ti
Rogelio Guedea -Nueva Zelanda-
Publicado en la revista Periódico de Poesía
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