Se han trocado los papeles. Antes cuando las trifulcas entre Francia y Alemania con motivo de las reparaciones, Inglaterra, por conducto de Lloyd George, terciaba en la contienda para dulcificar la actitud de Francia y evitar que un paso agresivo de ésta pusiese en peligro la paz europea.
Pero surge el conflicto greco-turco y amenaza Kemal Pasha llevar sus armas victoriosas más allá de donde le conviene a Inglaterra, y es ésta ahora la que adopta la actitud belicosa y trata de que haya gresca. Como que los diarios franceses más conspicuos emplean ahora contra las pretensiones bélicas de Inglaterra las mismas, exactamente las mismas frases con que la diplomacia inglesa intentaba disuadir a Francia de sus medidas violentas contra Alemania.
Se ve, pues, que ni en uno ni en otro caso las admoniciones pacifistas se han inspirado en un verdadero anhelo de evitar a todo trance la guerra y conducir al mundo por caminos distintos de los que han seguido hasta hoy, sino que entonces los estadistas ingleses y hoy los franceses sólo tenían y tienen en cuenta, para inclinarse en sentido favorable o contrario a la guerra, los intereses de momento de cada nación. ¿Convenía al comercio inglés que se dejara en paz a Alemania porque sin la industria alemana en apogeo la inglesa anda coja? Pues a influir sobre Francia para evitar que invada el Rhin y provoque un estallido revolucionario y un caos económico-político en Alemania. ¿Les conviene ahora a los franceses que se deje en paz a los turcos, entre otras razones para no complicar con una contienda oriental su pleito con Alemania que ella cree primordial? Pues, señora Inglaterra, aquiétese, no desenvaine aún su espada llevándolo todo a la tremenda, que de un mal paso suyo depende que se arme una sarracina tal que nos precipite a todos otra vez en los horrores de una guerra universal.
Total, que por no llevar a la dirección suprema de los asuntos mundiales un criterio que se diferencie en algo del que sirve para las diarias y pedestres riñas que engendra la competencia mercantil en sus aspectos más sórdidos y brutales, estamos otra vez al borde de una catástrofe mundial cuyas colosales perspectivas de exterminio nadie puede prever.
Parece mentira que aún no transcurridos cuatro años completos desde que se firmó el armisticio que puso fin a la Gran Guerra, ya estemos otra vez leyendo cables que parecen una reproducción de lo que leíamos a raíz del conflicto austro-serbio que dió lugar a aquella gigantesca conflagración. Véase la muestra:
"Londres, sept. 19.--El gobierno ha dado instrucciones para que todas las fábricas de municiones del reino trabajen durante 24 horas al día hasta el límite de su capacidad, preparándose para hacer frente a los turcos en caso necesario."
De modo que toda la sangre vertida, los millones de hombres sacrificados en nombre de estúpidas rivalidades de mercachifles, la miseria de tantas familias que se vieron reducidas a la más espantosa indigencia, el dolor de tantas madres y viudas y huérfanos, la mutilación en masa de tanto cuerpo joven que ahora no tiene otra perspectiva que el arrastrar su inútil y lisiada humanidad por calles y hospitales; todo ese pavoroso conjunto de miserias, degradaciones y crímenes que convirtió al mundo durante cuatro años en un inmenso, repulsivo hervidero de odios y de sangre, no valió nada, no sirvió de nada, no les enseñó nada a los trágicos polichinelas que con sus torpes y viles maquinaciones y enredos dan lugar, cada cierto tiempo, a estas grandes catástrofes cuyas consecuencias pesan sobre toda la humanidad.
¿Por qué pelean los turcos hoy? Por recobrar parte, sólo una parte, de lo que les robaron las grandes naciones. Allí, en su territorio, todas tienen una tajada: Francia, la Siria, Inglaterra, Palestina, y Mesopotamia; Grecia, la Tracia, etcétera. Y aunque hoy los turcos sólo aspiran a rescatar la parte que les arrebató Grecia, nadie ignora que detrás de Grecia está el capitalista inglés, cuyo oro está ya invertido en esta y aquella especulación a base del dominio griego en la Tracia. Y ahí está la madre del cordero. Tocar a Grecia es tocar al capitalista inglés y tocar a éste es tocar a toda la maquinaria política inglesa. ¡Oh, antes la guerra, antes toda la sangre de toda la juventud de diez generaciones, antes el hundimiento universal, que permitir que sufra la más leve merma en sus sagradas rentas el ventrirredondo señor cuya fétida ambición de medro hace una guerra que pelean por él los demás. A esa guerra nunca va él; va el joven, el joven de taller, de arado y de universidad; precisamente todos aquellos que menos parte tomaron en la aventura criminal de ratería que provocó el conflicto.
¡Qué irrisión! Precisamente los inútiles, aquéllos que sólo están en el mundo para servirles a sus meros instintos --instintos de nutrición y de adquisividad--, aquéllos en cuya alma aún no ha amanecido ni con un tenue destello el sol de una conciencia integral, los trogloditas del pensamiento que a fuerza de ensanchar, acomodar y cebar su personalidad física deprimen, saquean, deforman y aniquilan su personalidad moral e intelectual, esos son los que fulminan a su antojo el rayo de la guerra. Truena el cañón, retumba la metralla, avanzan lívidos pero resueltos unos hombres contra otros hombres; la espantosa refriega ha comenzado. Y ellos, los trogloditas famélicos de oro que preparan la hecatombe, ¿dónde están? Pues en cualquiera parte menos allí donde triunfa la muerte. A la muerte van otros cantando el "Tipperary", mientras ellos, repantigados en un gran butacón, chupan plácidamente su espléndido habano...
Publicado en el blog nemesiorcanales
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