viernes, 27 de septiembre de 2013

LAS GUERRAS

Azul el silencio, de muerte absorto.
En la mañana el páramo es quietud,
llena de sudarios que salen a la luz,
osamentas ahítas de sangre,
cepas de racimos de dolor,
de jaguares los horizontes,
de estirpe de tragedia final.
Migratorios sacrilegios, sin alas,
con pieles desnudas.
Sobre los helechos, adolescentes
con la edad condenada.
Sus anteras son vísceras de polen
insomnes con estallidos de serpientes.
Los breves sacerdotes
se santiguan ante ellos que son solo
tumbas de calendarios siniestros,
su misión es dar voces de coágulos de sombra,
y entre sollozos de compañeros
elevar las preces entre la violencia a mansalva.
Reparten sus raciones de absoluciones
a corazones en letargo.
Con la metralla saltan piedras
en eclipses perentorios de soledades.
Voraces destinos de angustias y espantos
sin nombres.
Las fiebres de impiedad a contraduelo,
saltan astillas de piel desnuda.
Andantes esqueletos a pura fe, naufragantes,
a paso de plegaria, estertores y delirios
que devoran los cerrojos de la vida y la dejan escapar.
La tortura, disgusto de este infierno ciego
con perfiles de fauces de ausencias sin recaudo,
enlutadas hasta la hondura las madres
compran el humo de los evangelios,
la furia y el pánico.
Verticales goterones de agonías dan al ser humano
dimensión de perros miedosos.
Aviesas las pieles y las bolsas desnudas,
cegados los ojos de pólvora,
en el viento secas toses y detenidos estandartes
convirtiendo la tierra en región de cruces,
sin cabestro el asombro
de las intolerancias.

Pedro Jesús Cortés Zafra -Málaga-

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