jueves, 28 de marzo de 2013

SIN RED ABAJO


Prólogo de Delfina Acosta para  re-edición del poemario “Picado Contrapicado” de Rolando Revagliatti.

Las sirenas cantan en el lado del mar que les corresponde, los albatros van dejando su reguero de sangre sobre la arena, los marineros  querrían cantar los nombres de sus amantes junto a las escotillas del barco, pero no les nace sino una exhalación de humo de cigarrillo.
Rolando Revagliatti,  poeta de la Argentina, canta.
Y a veces maldice, pero como entre lágrimas que queman. Y hace bien en maldecir. La maldición es hermosa y hace falta escupirla cuando  el pus del mundo recorre las vértebras del hombre cansado.
 Hallo en la poesía de Rolando una enorme necesidad de ponerse al lado de la mujer que entrega su  cuerpo por una mentira de amor, unas ganas irrenunciables  de molestar, de atormentar  al amor mismo, con todas las sílabas y todas las letras, para que termine hablando, confesando,  vomitando  su verdad.
Dirá entonces, ante tanta insistencia del poeta, el amor, su historia. Y esa historia  puede parecernos a nosotros, los lectores, tan malacostumbrados al molde de la poesía tradicional, un susto, un suspenso en el aire, una copa  de cristal caído en el suelo.
Los poemas  encuentran una manera especial de expresión en los versos del autor.
Su niñez corretea, a veces, por sus líneas.
El sexo es en sus páginas un panal de abejas donde la miel es elaborada durante noches y días, por unos insectos que se aprestan, llenos de vida, a llenar de dulzura la colmena.
Si dijéramos los poetas: “Éste es el arco, y allá está la hondonada donde crecen los lirios del valle. Que no tiemble el pulso al disparar la flecha. Hay que dar en el blanco de la poesía”; si dijéramos esas palabras los poetas, seríamos pequeños dioses.
Rolando Revagliatti dispara sus flechas. Y la poesía sale de él alevosa, aunque rica en invención.
Cuando la poesía es inventar, hay versificadores  que inventan  mal, o no inventan nada.
Entonces ocurre que Rolando Revagliatti,  sin saberlo, acaso, va dispersando sobre la mesa  las diversas monedas de su tesoro. Tiene un poco de tristeza, mucho de ironía, bastantes  monedas de cansancio de este mundo ancho y ajeno, siete monedas  de novedad, más  diez monedas para sorprender al lector.
Y arma con sus versos, un  acto digno de un trapecista perfecto, hermoso, angelical. Claro que no hay red abajo.

DELFINA ACOSTA -Asunción, Paraguay-

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