Se llamaba María, Ana, Luisa
y tenía su casa
muy cerca de la tuya.
Y hace días, muy pocos, que no vive.
Hace días que no sale a la compra,
que no asoma su rostro a la ventana,
que no sueña,
ni habla,
ni respira.
Se ha vencido en el caos de la crisis,
al terror del desahucio y del vacío.
Así mueren los pobres,
en silencio,
en el gris abandono de sus vidas,
sin conocer el grito de su fuerza,
su protesta en un coro de gargantas.
Y culpo a la avaricia,
a los mercados
a los que nos gobiernan pese a todo,
de esta muerte.
Y ya no habrá silencio.
Isabel Miguel Díez. España
Publicado en la revista Oriflama 21
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