jueves, 14 de marzo de 2013

DEGUSTANDO LORCA


Muchos poetas, escritores e intelectuales acudían a degustar las nuevas texturas y sabores del restaurante La Casa de Bernarda Alba.
Su innovadora carta llamó la atención de los críticos gastronómicos, quienes iban en masa. Los comensales solían pedir la sopa de sinestesias y metáforas, un sugerente majar que servía para estimular la creatividad y vencer la falta de ideas ante el folio en blanco. A ese plato, se sumaron otros no menos apetecibles como el consomé de estrellas y viento, el delicioso moreno de verde luna con boletus, el romancero gitano a la vasca, el suflé poeta en Nueva York o el milhojas verde que te quiero verde. Los postres también causaron estragos. El camborio de dura crin con nata y fresas o el corazón caliente de chocolate hicieron las delicias de los comensales. En poco tiempo, el restaurante se convirtió en un referente de la gastronomía que relegó al olvido a Arguiñano y Ferrán Adrià. Aunque, en ocasiones, era muy difícil contentar a todos:
—¡Pues yo creo que voy a pedir un polvo enamorado! —dijo un cliente al maître.
—Lo siento caballero, pero ese plato es del Restaurante Quevedo, el que está al otro lado de la calle.


Rubén Gozalo Ledesma
Publicado en priegodigital

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