Siempre escribía cartas.
Era una mujer pegada a una carta,
en donde descoserse
en la pura banalidad de lo cotidiano.
Las perfumaba - ñoñamente-
con dos gotas de ternura,
como esencia de rosas o de florecillas
silvestres de sus campos.
Cartas:
Pedazos de ella que volaban a lugares lejanos.
A veces fueron puntos de palanca
para levantar la esperanza al que las recibía.
Cartas de amor, todas
-impregnadas de sus dedos de tizas de colores-
Cartas que tuvieron el silencio por respuesta.
-¡Pobres hormigas con alas que se creyeron su vuelo¡.
Del libro ES UN CRIMEN TALAR EL ALMENDRO FLORECIDO de MARÍA TERESA BRAVO BAÑÓN -España-
Publicado en La Biblioteca
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