Ahí están ellas, otra vez, bordando la madrugada con su taconeo insomne. Ahí están, con su desnudez incompleta -siempre incompleta- cumpliendo su rito exhibicionista, su lento desfile sensual, ofreciéndose a cualquiera que las quiera tomar. Ofreciéndose a mí, por ejemplo, que no puedo dejar de mirarlas con un recelo envenenado de lujuria.
Me chistan, me llaman, prometen fiestas que sé imposibles porque mienten -siempre mienten- pero me acerco igual; nunca he podido controlar esta atracción viciosa que ejercen sobre mí.
Me deslizo entonces hacia el vértigo artificial que ellas me proponen y juego de nuevo a que les creo. Las palpo con mi urgencia de animal solitario, les prodigo mi furia torpe, mis gestos ampulosos de monarca en el destierro, y ellas actúan como si en verdad lo hiciera bien. Fingen sumisión, simulan descaradamente que son mías esta noche.
Pero mienten -siempre mienten-. Concluyo mi trajín, me levanto y, apenas les doy la espalda, escucho otra vez sus risitas burlonas.
Me doy vuelta; no puedo dejar de mirarlas con un recelo envenenado de fracaso.
Allí siguen ellas, las palabras, bordando la madrugada con su taconeo insomne.
ALFREDO DI BERNARDO -Argentina-
Publicado en la revista Gaceta Virtual
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