viernes, 12 de octubre de 2012

LIBROS ELÉCTRICOS Y EXPERIENCIA LECTORA


"“Escribir es defender la soledad en que se está”
María Zambrano

Qué hermoso ideario este de la lectura. En suma no contiene ningún mandamiento que comporte la predicción del enigma que se nos plantea en la experiencia lectora. Nos descubrimos diferentes al atravesar el espejo de una historia que nos cuentan. Impelidos por el deseo de incorporarnos a la actitud
inconsciente y semejante del lento caminar, para conocerla en primera persona. Un viaje nunca definitivo pero siempre en la plenitud insatisfecha de una nueva jornada, de un nuevo capítulo o de la libertaria relectura que abunda en el designio ya conocido, pero no por ello menos sugerente y alentador. El inconformismo y la rebeldía lectora es manual de uso individual. Porque la lectura es un acto solitario. Otra cuestión es la que plantea Clay Shirky, defensor de la aglomeración digital, la inteligencia colectiva y el ser social, cuando señala “la lectura social tiene que ser diferida, no una experiencia en tiempo real, porque ahora mismo, perdonen, pero estoy leyendo”. La experiencia de la lectura social viene indefectiblemente el acto de leer, y éste sólo es posible en soledad. El escritor Manuel Rivas profundiza, “Leer es escribir, y escribir es leer”. ¿Acaso ambas actividades no se entroncan en una sola? Una nos lleva a la otra y viceversa. En la lectura y escritura hay un acto de creación. Y, por consiguiente, un acto de responsabilidad. El ámbito de trascendencia e incidencia de cada una de ellas puede considerarse secundario. Finalmente reside en cada escritor y lector, ambos son raíz y enramada de un mismo árbol. Lo que los diferencia es la contemplación.
La soberanía de la lectura es universal. Subyace en la primera conexión interpersonal, la nana o el cuento. La lectura no es consecuencia de un programa genético como el habla o la visión. Maryanne Wolf, autora de “Proust y el calamar”, nos dice que, “Aprender a leer sólo es posible por la plasticidad del diseño cerebral, y cuando se logra, el cerebro del individuo cambia para siempre”. Pero volviendo a ese primer murmullo o arrullo contador, y más allá de cualquier consideración esotérica o animista, es electrizante contemplar la superposición de la palabra escrita y la oral. Lo que antes fue el eco inasible del tiempo en la voz, se transforma en parámetro tipográfico por mor del herrero de Maguncia.
La memoria es un cangrejo, avanza de espaldas y en permanente estado de rescate. Kate Garland, profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Leicester, tras unos estudios en los que comparaba cómo entendían y recordaban los contenidos los lectores de un libro electrónico frente a los de un libro de papel, afirma que “necesitamos más repeticiones para retener algo de lo que leemos en una pantalla”. Al parecer la comprensión lectora en los libros de papel y la capacidad de retener los contenidos de la lectura, era mayor que en los electrónicos. Larry Page, uno de los cofundadores de Google, inquieto porque la lectura digital es más lenta que la realizada sobre letra impresa, confiesa que
“cuando estoy usando un libro para trabajar necesito tener una copia física cerca del ordenador que me recuerde lo que he aprendido y lo que puedo necesitar. Todo me viene a la cabeza mientras paso las páginas, y si no veo la portada de vez en cuando, olvido lo que podría servirme de esa materia”.
Los libros son apátridas. Deambulan sin rumbo fijo hasta que manos y anaqueles los toman y abrigan. Las bibliotecas son su edén soñado. Al fin y al cabo para qué están destinados los libros sino para ser leídos. Volvemos a la contemplación del lector y autor. Y es en ese paisaje donde el libro –sea cual fuere su formato‐ encuentra el ecosistema adecuado. Las bibliotecas y los bibliotecarios son cómplices de la revolución más sorda que jamás se haya contado y acontecido. Son el referente intelectual de nuestras ciudades y pueblos. John Steinbeck, el autor de “Las uvas de la ira”, precisaba, “Por el groso del polvo en los libros de una biblioteca puede medirse la cultura de un pueblo”. Sea papel o pantalla, letra impresa o espacio pos tipográfico, el desarrollo cultural no dependerá exclusivamente de los formatos que se empleen, ambos son compatibles. Más bien de lo que sean capaces de generar a su derredor como alegato estético y de accesibilidad. Los libros son, en su contexto más amplio y sobresaliente y sin condicionantes analógicos –papel‐ o digitales –pantalla‐, neurotransmisores del proceso creador y recreador de la cultura.

PEDRO LUIS IBÁÑEZ LÉRIDA
Publicado en la revista LetrasTRL 50


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