jueves, 25 de octubre de 2012

EL CIERRE DEL TIEMPO


Estaba sentado o mejor dicho casi sentado, ya que el espacio donde se encontraba era angosto como un tubo y no podía ni desplazarse ni sentarse, las piernas dobladas.
Estaba cansado adolorido. Sus dedos, sus manos, su cuello, su cintura, sus rodillas, sus pies, todo le dolía. Ya no le quedaba voz para quejarse, lo único que podía hacer era esperar… esperar, ¿pero qué?… un buen plato de comida… no, no tenía hambre, su estómago estaba destruido por los golpes, la electricidad… no era comer lo que quería, tal vez salir de allí, no tampoco demasiado lejano, como la ventanilla que percibía en lo alto.
Vivir al menos un día más…
Sí…era eso lo que deseaba, con un poco de suerte su torturador le daría menos golpes hoy día, o quizás habría un corte de electricidad.
Espasmos, luego náuseas, vomitó de nuevo sangre y más sangre por su boca, por su ano, por las narices, por su pene, por las orejas.
Trató de respirar regularmente, pero sus pulmones secos no se lo permitieron, jadeaba como un perro, tratando de recuperar la ínfima partícula de aire.
Sus tímpanos infectados no le permitían escuchar si venía o no su torturador. Parecía que el único sentido que sobrevivía en él era su vista. Sus ojos estaban fijos, mirando hacia la puerta.
Sus recuerdos también permanecían aún. Se acordaba claramente del placer que había sentido ayer cuando los golpes se habían detenido y la corriente había dejado de hablar con su cuerpo.
Si alguien le hubiera preguntado que hacía, por qué estaba allí, no habría sabido contestarle.
Sólo se acordaba de ayer.
Su vida era la mirada clavada en la puerta y la esperanza de vivir un ayer más.
Unos pasos resonaban pero él no los escuchaba.
Miraba la puerta.

Ricardo Díaz -Chile-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 54

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