Poco a poco el sonido fue colándose en las casas. Empezaron a sangrar los oídos. Niños y ancianos caían muertos envueltos en charcos de sangre. Las autoridades, desconcertadas, no reaccionaban.
A los quince días, el sonido había aumentado su intensidad y los muertos se habían triplicados. Nada conseguía hacer desaparecer aquel infernal sonido. Ningún sistema de protección había funcionado ni se había conseguido averiguar de donde procedía ni que lo emitía. Lo cierto es que los cadáveres eran cada vez más numerosos. De continuar el sonido en unos días la tercera parte de la ciudad habría sido aniquilada.
La única solución que se halló fue: abandonar la ciudad, refugiarse en el bosque cercano. Tal vez allí no llegase el sonido. En el Ayuntamiento se preparó el plan de evacuación que se comunicó a los vecinos a través de la televisión. El dispositivo funcionó bien aunque sólo unas cien personas llegaron al bosque.
Pero el sonido llegó al bosque y no sobrevivió nadie.
Dos horas más tardes cuatro camiones cargados con seres vestidos de verde ocuparon la ciudad.
JOSÉ LUIS RUBIO
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