En las playas de Nausicaa hay rocas, ovillos, rosas frescas,
el pasado delimitando ríos, un origen,
donde la vida es canto, desierto, ámbar, marfil,
otra sustancia.
En el aire, hay música, mariposas, pajarillos,
haciendo acrobacias en el polvo ardiente,
me llevan a la playa soleada
donde me abandono al placer de cantar el barro
y los nombres, en el aire rodeado de límpidas gotas.
Respirando la “maresia” –rueda desorientada
que une sagas, leyendas-,
las uvas se derraman, en la noche de yeguas negras,
entre acordes lunares, olas irreales.
De las quimeras de las sombras, emerge el mundo de Homero
aquel que conoció, de la muerte, el perfume de los dioses,
creando a Ulises, enredado en los velos de Caliope,
en las redes de Circe,
Penélope tejiendo su fidelísima tela,
Atenea en vigilia, luminosa,
los granados encendiendo su nocturna suavidad,
entre arpas, setos y mágicas balsas,
los dioses emergen
en los lauros, en el atrio marino, en las blancas violetas.
María do Sameiro Barroso. Portugal (Traducción: Santiago
Aguad Landero)
Publicado en la revista Oriflama 17
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