Un murmullo corría sordo por su silencio, Gustavo Luis, se tocó los ojos y estaban plenos, casi abiertos, contemplando la montaña y el abismo.
_ Soy un hombre se dijo, y su voz gimió como un acorde en el coro de una iglesia, el eco se desbordaba entre su orgullo, era un hombre, sí, era un hombre, acaso ¿alguien dudaba de su arrogancia o de su valentía?
Era el hombre que logró llegar al espacio, el hombre que por vez primera voló como un satélite-pájaro-quimera, hacia los infinitos confines de Dios.
El hombre que durmió en un oxígeno cubierto interestelar, el hombre sin ley de gravedad, tan lejano de Newton y la manzana.
Pero ahora, al borde del pico más alto del Himalaya, el hombre con su traje espacial, hacía extrañas piruetas; su corazón se frenaba en el mecanismo congelado de la computadora y de repente se encendía resolviendo cálculos logarítmicos y razonamientos
lógicos.
Gustavo Luis, resistió cuatro días, comiendo nieve y controlando el mecanismo de su traje de astronauta.
Hasta que llegó el momento del despegue, la nave estaba preparada, había acondicionado la radio extraterrestre, para enterarse de las últimas guerras interplanetarias. Era un hombre precavido, he aquí la clave de su éxito y progreso.
Comió el último copo de nieve de la cumbre, se colocó el casco y contempló como un desconocido el paisaje desértico, se acercaba el instante de partir, debía dejar de lado los sentimentalismos; dentro de la nave, se preparaba para el despegue, fue cuando escuchó voces desesperadas que lo llamaban, muy fuertes debían ser, porque ni el bramido furioso de la nave y el gélido viento del Himalaya lograba entorpecer su sueño.
Gustavo Luis giró levemente la cabeza y sintió las fantasmagóricas voces, pero igualmente despegó, ya no se oían, estaba muy lejos, había atravesado la barrera del sonido y del tiempo, de ahora en más su tiempo sería infinito y atemporal.
En la pirámide de Keops, un hombre se había arrojado con alas delta, nadie se explica como logró subir, lo vieron por casualidad dos hombres del rescate aéreo, pero no llegaron a tiempo, el hombre yacía boca abajo, su lengua estaba cubierta por la arena llameante de Egipto y su cuerpo extrañamente curvado en posición frontal, como una reproducción de los jeroglíficos de las mastabas.
Graciela Marta Alfonso (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 119
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