En la Argentina, los años 70 fueron utópicos y trágicos al mismo tiempo. La aspiración a construir un mundo mejor, que llevó a algunos grupos a abrazar la lucha armada, desembocó, tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976, en un mundo bastante peor, signado por el terrorismo de Estado. Muchos de los que apostaron a los ideales revolucionarios pagaron su elección con el silencio, el ostracismo, la cárcel, la tortura o la muerte. En este aspecto, los argentinos tenemos el triste mérito de haber universalizado una nueva categoría de ciudadanos: los desaparecidos. La Plata, cuyo carácter universitario contribuyó a nutrir ideológicamente a los cuadros militantes, sufrió con singular ensañamiento la represión castrense.
A principios de la década en cuestión, y pasando al ámbito estrictamente literario, la narrativa seguía disfrutando el llamado “boom latinoamericano”, mientras que la figura gigantesca de Pablo Neruda dominaba, por su parte, la escena poética. Neruda era un poeta emblemático en todo sentido: por su vida y por su obra. Su poesía, difundida y reconocida universalmente con el Premio Nobel en 1971, tenía múltiples atractivos para los jóvenes que empezábamos a deletrear sueños y versos; entre ellos, la sintonía amorosa y el registro social. Más allá de la existencia de otros creadores igualmente valiosos, Neruda era, por entonces, el poeta de mayor influencia de la lengua española.
En medio del fervor revolucionario y el avasallante despliegue de la creación nerudiana, La Plata aparecía dentro del contexto poético nacional sin perder su tradicional fisonomía, pero mostrando algunas expresiones renovadoras. Junto al tono elegíaco de su poesía, acuñado por la generación del 17 y refrendado por la generación neorromántica del 40, se alistaban ahora las voces personales de Horacio Preler y Horacio Castillo, mientras que la camada de poetas sesentistas ya dejaba avizorar los nombres de Osvaldo Ballina, Rafael Felipe Oteriño y Néstor Mux. En aquel momento, Roberto Themis Speroni, que había muerto en su madurez creadora en la primavera de 1967, era una figura ampliamente reconocida; sobre todo, después de la aparición de “Roberto Themis Speroni”, una antología de su poesía édita e inédita, compilada por Ana Emilia Lahitte y editada en dos tomos (1973, el primero y 1975, el segundo) con el patrocinio del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires.
Cabe agregar que La Plata no tenía, en la primera mitad de los años 70, una bohemia literaria que hiciera demasiado ruido. Tampoco había grupos predominantes ni revistas de poesía que definieran una línea o marcaran un rumbo. Si bien la producción poética era cuantiosa y de alta calidad, los poetas se movían independientemente y a regular distancia de las modas y los experimentos vanguardistas, como ha sido habitual en la ciudad, salvo contadas excepciones. Por lo demás, la actividad institucional pasaba por la filial local de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires (SEP), que anualmente premiaban con sus “fajas de honor” la producción édita e inédita de los autores de la región.
Tal era el cuadro de situación cuando, a mediados de 1974, se da a conocer el grupo Espantapájaros, cuyo nombre rinde tributo a Oliverio Girondo, autor del poema homónimo. El grupo estaba integrado por Atilio Chiesa, Gustavo Javier Almeida y Ernesto Girard, los cuales publicaron, con regularidad mensual, una pequeña hoja de poesía caligrafiada por el último de los nombrados, que alcanzó los seis números. Con el sello Ediciones de Espantapájaros apareció, asimismo, a comienzos de 1976, el primer libro de Almeida, titulado “Andarín”. Poco después, el grupo se disolvió y Girard se convirtió en editor, llegando a publicar con el sello que lleva su nombre alrededor de treinta libros, entre los cuales se hallan algunos de los títulos más notorios de las letras platenses. Su último trabajo editorial es “Cuadernos orquestados”, una colección de poesía dirigida por Abel Robino, que incluye once cuadernillos publicados entre 2005 y 2009.
1977. Primeros pasos
Espantapájaros es el antecedente inmediato del que sería poco después el Grupo Literario Latencia, creado y dirigido por Abel Robino, poeta y artista plástico nacido en Pergamino en 1952. Incluso, algunos integrantes del primero estuvieron vinculados estrechamente con el segundo.
Cuando Robino se afincó en La Plata en diciembre de 1973 para estudiar en la Facultad de Bellas Artes, ya había fundado en su ciudad natal con María Rosa Apesteguía el Grupo Literario Pergamino, al que luego se sumaron otros poetas. Antes, entre 1971 y 1972, había vivido en Chile y había acompañado en su lucha a los jóvenes trasandinos de la Unidad Popular, la coalición de partidos políticos de izquierda y centro-izquierda que condujo a la presidencia de aquel país a Salvador Allende.
Familiarizado con el trabajo colectivo y llevado por su espíritu emprendedor, Robino decidió trasladar su experiencia a La Plata y armar un grupo literario con poetas noveles del lugar. La ocasión para reclutar a estos últimos se presentó durante una lectura de poemas de la cual participaron, además de Robino, Patricia Coto, Ricardo Klala y Silvia Nora Sciommarella. Dicha lectura, organizada por la SADE local, se desarrolló, aproximadamente, entre fines de mayo y principios de junio de 1977 en el Jockey Club, y contó con la coordinación de Horacio Preler.
En los días posteriores, Robino, Coto, Klala y Sciommarella comenzaron a reunirse con el fin de asignarle un perfil al grupo, fijar un marco de acción y acordar un nombre, que, en definitiva, fue “Latencia”. Para decirlo metafóricamente, “Latencia” alude al carácter de lo que está dormido y amaga despertar; es la semilla nueva que reposa en la tierra con la promesa de ofrecer alguna vez sus frutos.
Sin embargo, no todo marcharía sobre rieles. El grupo se hallaba en plena gestación cuando un hecho luctuoso lo golpeó sin piedad: el 29 de julio de 1977, Sciommarella, que estaba embarazada, muere en un accidente de tránsito en el camino General Belgrano, tras haber asistido a un acto literario en Buenos Aires. En su corta existencia, esta poeta no llegó a publicar ningún poemario, pero su obra inédita la hizo acreedora de varias distinciones; entre ellas, el primer premio de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de La Plata correspondiente al período 1974/75. Así, con su muerte impensada, se apagaba una voz promisoria de la poesía platense.
Todavía sacudido por la tragedia, el grupo incorporó a Deidamia Martín y resolvió publicar un libro con poemas de sus cinco integrantes. El libro, que lleva prólogo de Horacio Preler y se titula “Adiós, pequeño”, en homenaje a Sciommarella y el bebé frustrado, se terminó de imprimir el 22 de diciembre de 1977 en un taller de Pergamino y se presentó el 25 de marzo del año siguiente en la Biblioteca Central de la Provincia de Buenos Aires, en La Plata.
Ya desde el arranque, una de las características de Latencia fue la de ser un grupo interdisciplinario, lo que le permitió entablar un diálogo enriquecedor con creadores ligados a otras expresiones del arte, como la pintura y la fotografía. Ese diálogo y la permeabilidad manifiesta entre los distintos protagonistas facilitaron, en primer término, la realización de un trabajo en común con el artista plástico Raúl Ibarra y el fotógrafo Abelardo Martínez, que ilustraron con dibujos y fotografías, respectivamente, poemas de todos los integrantes del grupo. El trabajo conjunto fue expuesto el 18 de septiembre de 1977 en la denominada Fiesta de las Artes, organizada por la Galería Nelly Tomás, con el fin de recaudar fondos para la Cooperadora del Hospital Noel Sbarra y celebrar el advenimiento de la primavera.
Seguidamente, el grupo incorporó a Graciela Buceta y clausuró la labor del año con la presentación del libro “Pensado en otoño”, de Horacio Laitano, amigo y coterráneo de Robino. El acto se realizó el 10 de diciembre en la Biblioteca Central de la Provincia de Buenos Aires y contó con la muestra de poemas ilustrados ya exhibida en la Fiesta de las Artes.
1978. Luces y sombras
Al comenzar 1978, Deidamia Martín dejó el grupo y éste se abrió a nuevas incorporaciones. Nos sumamos, entonces, Atilio Chiesa, Aníbal Amat, Ingrid Creimer, que se desvinculó rápidamente, y yo. A esa altura, Latencia era un grupo heterogéneo en el que convivían las voces y corrientes más diversas. Amat, por ejemplo, admiraba fervientemente a Borges; Coto expresaba un lirismo de raíz española, Chiesa venía de Neruda, y Robino y yo, que también habíamos abrevado en el vate chileno, terminamos recalando, tras abordar algunas experiencias vanguardistas, en la poesía norteamericana. El grupo no tenía, por otra parte, vocación parricida. No pretendía llamar la atención defenestrando a nadie ni lanzando proclamas irreverentes contra la tradición. En general, la idea era hacer pie en los grandes referentes contemporáneos y, a partir de ellos, emprender una búsqueda expresiva renovadora, coincidente con las transformaciones y el lenguaje de la época.
Las reuniones “oficiales”, por llamarlas de alguna forma, se llevaban a cabo en la casa de Coto, que tenía un frondoso jardín junto a la calle. Así, apenas trasponíamos la puerta de entrada, una explosión vegetal nos recibía con su diversidad de verdes y de flores. Luego ascendíamos unos pocos peldaños y una segunda puerta nos franqueaba el paso a una sala espaciosa con una mesa grande, en torno de la cual debatíamos ideas, proyectos y sueños compartidos. A veces, también leíamos poemas propios y ajenos y los desmenuzábamos críticamente como en un taller de escritura.
Fuera de aquellas reuniones puntuales y periódicas, algunos compañeros solíamos encontrarnos, de manera informal, en la pieza que Robino compartía con Martínez: “un agujero en pleno centro”, según el primero. El “agujero” se hallaba en la planta alta de una vieja casona que parecía desmoronarse, situada sobre la calle 6, entre 46 y 47. (Abajo –todavía lo recuerdo–, había un bar que tenía un naranjo amargo frente a la puerta.) Para más datos, la pieza de marras, a la que se accedía mediante una escalera de madera destartalada montada en un pasillo, funcionaba, además, como taller de pintura y fotografía donde Robino y Martínez desarrollaban sus tareas artísticas, por lo que siempre reinaba en ella un gran desorden.
Otras veces, Robino venía a mi casa en bicicleta o bien nos reuníamos con Chiesa en el departamento de éste, donde era común que estuviera Girard. Allí, entre vasos de vino y una picada como cena, permanecíamos charlando entusiastamente hasta la madrugada. Sí, charlábamos de fútbol, de poesía, de mujeres, de arte, de política...
En cuanto a Latencia, ese año el grupo se abocó a organizar, en los días de verano, el Primer Encuentro de Poetas Jóvenes de La Plata, para lo cual lanzó una convocatoria a través de los medios gráficos de la ciudad. La respuesta fue masiva y el Encuentro se concretó el 4 de marzo en el Círculo de Periodistas de la Provincia de Buenos Aires, con la participación de una treintena de poetas no mayores de 30 años, entre los cuales se hallaban Norberto Antonio, Guillermo Pilía, Juan Carlos Gago y Marcela Montenotte. De inmediato, Gago y Montenotte se plegaron al grupo, que comenzó a planificar nuevas actividades.
Poco después, el 22 de mayo, el grupo rindió homenaje a Francisco López Merino con motivo de cumplirse ese día el quincuagésimo aniversario de su muerte (un disparo en la sien por mano propia lo había arrancado del mundo en plena juventud). El acto, organizado por la SADE local y la SEP, tuvo lugar en el Paseo del Bosque, frente al busto de bronce que recuerda al poeta. En la oportunidad, habló Horacio Ponce de León, y los “integrantes del grupo juvenil Latencia”, como reza una crónica periodística de la época, leímos poemas del autor de “Tono menor” y “Las tardes”.
Paralelamente al trabajo desarrollado por el grupo, Robino, Amat y yo publicamos una hoja de poesía bautizada “Guión”, de la cual aparecieron dos números: el primero, en mayo, con poemas de Sciommarella, y el segundo, en septiembre, con poemas de Chiesa. La hoja, cuyo nombre fue extraído azarosamente del diccionario, contó con la diagramación y el cuidado habitual de Girard.
En medio de ambas publicaciones, Robino viajó a La Habana para participar, entre el 28 de julio y el 5 de agosto, en el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, que congregó a 18.500 jóvenes en representación de 145 países. En el marco del Festival, cuyo lema era “la solidaridad antiimperialista, la paz y la amistad”, Robino leyó poemas de todos los integrantes de Latencia.
En ese momento, en la Argentina, la represión desatada por la dictadura continuaba sin tregua. Las manifestaciones culturales generaban desconfianza en el poder y todos éramos sospechosos. No es de extrañar por eso que, al volver al país, Robino se convirtiera en una víctima más de la persecución ideológica imperante. En septiembre, su domicilio fue allanado por la policía, que se llevó todo lo que encontró, empezando por los libros, entre los que se hallaba “Retratos y autorretratos”, un volumen de las fotógrafas Sara Facio y Alicia D’amico, con textos e imágenes de autores latinoamericanos, publicado por Crisis en 1973, que yo quería entrañablemente y que le había prestado.
Tras el allanamiento, Robino fue detenido y el grupo no tuvo noticias de él durante varios días, hasta que, finalmente, apareció recluido en la Unidad Carcelaria Nº 9 de La Plata a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Luego de ser sometido a Consejo de Guerra, su causa derivó a la Justicia Civil, que terminó devolviéndole la libertad a fines de 1979. Paradójicamente, al desencadenarse la guerra de Malvinas, el Ejército pretendió reclutarlo en su carácter de Subteniente de Reserva, condición que le había dejado el Servicio Militar Obligatorio.
Al momento de ser detenido, Robino acababa de publicar de la mano de Ernesto Girard Editor su primer libro: “Obsesión”. Casi inmediatamente, salieron a la luz con el mismo sello los libros iniciales de otros compañeros del grupo, a saber: “Libro del vigía”, de Patricia Coto; “Reconciliación”, de Juan Carlos Gago, y “Confluencias”, de mi autoría. Todos ellos se expusieron, al año siguiente, en la V Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en el stand de la editorial Botella al Mar.
Como es fácil imaginar, la detención de Robino trajo tiempos poco felices para los integrantes del grupo. No obstante, más allá de la angustia suscitada por ella y la creciente incertidumbre por nuestro destino personal, no nos desanimamos y seguimos reuniéndonos sin alterar la conducta de rutina. Vanas resultaron las gestiones que entonces realizamos para interiorizarnos de la suerte y el futuro inmediato de Robino: en todos los casos, la respuesta encontrada fue la ignorancia o el desentendimiento.
Por tal motivo, al acercarse fin de año, el grupo sintió el deber de reconocer a los poetas que siempre lo apoyaron sin reticencia, para lo cual organizó un sencillo acto de homenaje que se desarrolló, con la colaboración de Haydée Kramer, el 13 de diciembre en el Salón Dorado del Jockey Club. Los poetas homenajeados fueron: Ana Emilia Lahitte, Horacio Preler, Horacio Castillo, Matilde Alba Swann, Atilio Milanta, Jorge Héctor Paladini, Lázaro Seigel, Josefina de Barilari, Jolie Castagnet y Oscar Luciani.
Poco antes de dicho homenaje, dos hechos casi simultáneos habían afectado al grupo: el alejamiento de Amat y la incorporación de Carlos Caramello.
Por último, para cerrar la actividad anual y con Robino en la cárcel, el grupo presentó “Obsesión” el 22 de diciembre en la sede de la SADE central, en Buenos Aires.
1979. Fin de ciclo
Durante el verano de 1979, el grupo incorporó, sucesivamente, a Marta Glineur, Silvina Lozano, Alcira Vallejo y Juan Carlos Iribarne, con los cuales se lanzó de lleno a organizar un nuevo evento: la Primera Feria Exposición del Libro Platense. El propósito de la Feria, cuya realización fue fijada para los días 26, 27 y 28 de abril, era, como se desprende del programa impreso, “quebrar el hábito de la no-lectura”, facilitar el acceso a la literatura local, no siempre presente en las librerías, y permitirle al lector “el diálogo sin obstáculos con los autores”. A fin de precisar aún más sus alcances, el diario El Día publicó el 3 de abril una entrevista a Coto, Gago y Glineur, en la que estos expresaban la necesidad de llegar con la poesía a un público mayor al que era habitual encontrar en los actos literarios. Así, para que cualquier ciudadano pudiera toparse con “los libros abiertos en la calle”, como se había propuesto el grupo, la Feria iba a ser instalada al aire libre, en los jardines de la Universidad Nacional de La Plata, pero, imprevistamente, el permiso fue retirado por las autoridades de ésta.
Frente al rechazo oficial, el grupo se vio obligado a buscar en el ámbito privado el espacio que le permitiera llevar adelante su iniciativa, siendo el Club Universitario el que le abrió sin vacilar las puertas. De esta forma, la Feria se inauguró exitosamente el 26 de abril con numeroso público y una vasta exposición de libros nuevos y antiguos, revistas y manuscritos de autores fallecidos. Sin embargo, al día siguiente, cerca del mediodía, la policía irrumpió por sorpresa en el lugar, levantó la Feria y se llevó detenidos a Gago y Caramello, que, en ese momento, tenían a su cargo las mesas y paneles de exhibición. Por fortuna, luego de permanecer varias horas en una comisaría de la ciudad, los compañeros fueron liberados.
A partir de entonces, la imposibilidad de realizar actos públicos sin contratiempos eventuales y el desgaste producido por la sensación constante de acosamiento, hicieron que el grupo fuera raleando sus reuniones y terminara por disolverse, con lo cual quedaron pendientes de concreción varios proyectos que habían ido madurando en los últimos meses; entre ellos, la publicación de una revista y el Primer Encuentro de Escritores de la Provincia de Buenos Aires.
Como ya dije, Robino recuperó la libertad a fines de 1979 y en 1982 se trasladó con su familia a Francia, país donde reside en la actualidad. Los demás integrantes del grupo tomamos, por imperio de la vida, caminos diferentes: unos abandonaron para siempre la creación poética y otros, aún hoy, continuamos escribiendo, encontrándonos y honrando la amistad sólidamente edificada, entre sueños, poemas y dolores, al correr de los años 70.
En síntesis
Latencia fue, en síntesis, un grupo literario heterogéneo, cuyos integrantes creímos que no hacía falta matar a nuestros mayores para crear una obra poética propia. Sabíamos que, como suele decirse, a la literatura no se entra golpeando la puerta, sino tirándola abajo; pero también entendíamos que, en este último caso, había que tener cuidado de no derribar, al mismo tiempo, el edificio entero.
La heterogeneidad literaria expresada se correspondía, asimismo, con posturas filosóficas, religiosas y políticas disímiles, que nos permitían a los integrantes del grupo disentir democráticamente, sin hegemonías ni imposiciones de ninguna índole.
Latencia nació en un momento trágico del país, en que el poder fundamentalista podía disponer de la vida y la libertad de las personas a su entero arbitrio, y en una ciudad como La Plata, caracterizada por la alta jerarquía de sus poetas, pero que, luego de la disolución de Espantapájaros, no contaba con actividad grupal alguna. Su actuación se extendió a lo largo de casi dos años, durante los cuales realizó actos de distinto tenor y estrechó vínculos con artistas de diversas áreas y de todas las edades; en particular, con Horacio Preler y Horacio Castillo, con los que mantuvo varios encuentros y entrevistas.
Cuatro integrantes de Latencia publicamos nuestro primer libro en plena dictadura, al igual que la mayoría de los compañeros de generación a nivel nacional. Esta circunstancia hizo que los poetas jóvenes de los años 70 fuéramos calificados por algunos como “los poetas de la dictadura”. Otros, teniendo en cuenta que padecimos las consecuencias de la represión y resistimos desde el lugar de la poesía, prefieren hablar de “los poetas de la resistencia”. Más allá de estos intentos de rotulación y encasillamiento a que nos tiene acostumbrados la literatura y que nunca resultan totalmente exactos, los poetas setentistas fuimos, por cierto, parte de una generación utópica que creyó en la posibilidad de construir un mundo más fraternal y equitativo; que empezó a participar en la vida cultural poco antes del golpe militar de 1976, y que, producido éste, terminó envuelta en una vorágine de horror insospechado.
La valoración literaria y la asignación del lugar que le corresponde a cada uno de los protagonistas quedan a consideración de los críticos y lectores que deseen indagar en una de las décadas más controvertidas y apasionantes que nos ha tocado vivir.
César Cantoni -La Plata, diciembre de 2011-
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