Excelentísimo y Magnífico señor don Claudio Jurado Pulgarín, excelso poeta, vate hispánico y juglar andaluz: no sabe vuesa merced cómo resucita mi autoestima saber que está dispuesto a leer mis frágiles palabras de anciano escribidor, en pugilato –ya a distancia corta- contra la Parca, cuando las suyas están siempre escritas, no por la natural cortesía que fluye de todo aquel que posee, como es el caso de vuesa mereced -que Dios proteja siempre-una educación exquisita y bien consolidada, sino por la excelente emoción y arte poética con la que el Creador le dotó (me dicen desde sus cercanías familiares que cuando vuesa merced vino al mundo, la matrona que atendió a su santa y dolorida madre, no comunicó a los presentes el sexo del nacido, sino que dijo: hemos tenido un poeta).
Sepa vuesa merced que no repararé en búsqueda de palabras y de hechos que puedan equilibrar y, si es posible, superar, cuanta amistad me demuestra. Yo, señor, no soy ni malo ni bueno, como casi todas las personas de mi generación.
Nací de padre y madre bien avenidos, de familia numerosa y por eso incomodada. La época, parece que no daba para distracciones que no fueran trabajo y cama. En el siglo -digo, por entonces- un señor superestrellado, insigne para algunos, soberbio e iluminado para otros, casóse con la Santa Madre Iglesia y de ese matrimonio falaz surgieron recetas de caducidad inmediata, pero de apariencia verdadera y eterna. Sepa vuesa merced, -que Dios proteja siempre- que este aprendiz de hombre perdió casi toda su juventud trabajando y estudiando y haciéndose pajas improvisadas y constantes. Asustado me tenían los mensajeros de Cristo diciéndome una y otra vez que se me iba a secar el cerebro como a don Quijote, en este caso no por leer tanto de caballería, sino por hacerme vasallo de la puñetería. El caso del que no habla la gente, pero que yo bien me sé, es que hasta que no me casé no probé coño
de hembra honesta, buena y generosa. Aprecie vuesa merced lo que significa todo esto, para comprender que la noche de bodas fueron dos días, rescatando fuerzas más por la devoción que comencé a profesar desde entonces a ese altar insigne de la sonrisa vertical de la mujer, tratando de recuperar el tiempo perdido, que por la obligación de obedecer el mandato natural que instintivamente hemos de cumplir. Comprenderá vuesa merced -que Dios proteja siempre- que aún esté en ello, empeñado en que crezca y se alargue la... dicha, cuanto más Dios quiera. Que ahora que no nos guía ni aquel señor superestrellado y que tampoco hacemos ningún caso a ponentes hipócritas y reprimidos, podamos disfrutar de la carne como nos venga en gana. Habremos, ahora, de profesar, según nos dictan renovados ponentes, el nuevo Mester de ciudadanía. Yo por eso doy gracias al cielo y a vuesa merced -que Dios proteja siempre-. Téngame por su más humilde servidor y acuérdese de mi cuando esté en el Paraíso, señor. (6 de noviembre de 2008).
José Luis Pérez Fuillerat
Publicado en la revista LetrasTRL 57
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