Aparentemente no había nada de extraordinario en aquel hermoso árbol que yacía sobre el promontorio de la colina de Sheffield.
Era inmensamente alto y el paso de los años había impreso una huella indeleble en su tronco, pero sólo un observador excesivamente minucioso se habría percatado de que en su copa refulgían cientos de luces de colores.
Sólo tres, se recordó a sí mismo. Tres frutos, tres oportunidades de ver cumplido su deseo.
Una vez que agotó las dos primeras trepó hasta una rama más alta y atrapó la última bola. ¿Quién podría imaginar que en algo tan pequeño pudiera contenerse el destino de un hombre?, reflexionó mientras la sostenía entre sus dedos trémulos.
Cerró los ojos al tiempo que la saboreaba y esperó unos segundos, notando que comenzaba a sentir un intenso latido que hacía vibrar todo su cuerpo y lo empujaba a fundirse con el viento.
Cuando abrió los ojos, contempló con placer que sus brazos se habían convertido en alas y su cuerpo sobrevolaba, ligero como una pluma, el condado de Yorkshire.
Mª Rosario Naranjo (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 15
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Hace 10 horas
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