Wells formuló la teoría. Charles Mortenson la llevó a la práctica experimentando con animales. El laboratorio Foster&Brothers patentó el invento y lo produjo para humanos.
Todo correctísimo según las leyes de mercado. La fórmula Estrella era carísima, y solo se la podían permitir los grandes capitalistas y los estados poderosos para fines militaristas secretísimos.
Esos nuevos seres, agigantados de forma antinatural gracias a la pócima de los laboratorios, requerían ingentes cantidades de alimentos. La población, al contrario, cada vez tenía más hambre, porque los recursos escaseaban. Ahí actuó el ejército, con sus divisiones especiales de superhombres gigantes. La represión hacia los famélicos habitantes del planeta se hizo general, y un estado dictatorial, dirigido por los gigantes Estrella, controló el poder y los recursos energéticos y alimentarios.
A pesar de todo, no había suficiente para todos. Por eso, apenas cien años después de que los primeros hombres consumieran la Estrella, sus descendientes, ávidos de poder y comida, utilizaron al resto de la humanidad como alimento.
Al fin y al cabo, se consideraban dioses, y aquellas miserables criaturas, lloriqueantes y desvalidas, no eran sino ganado para sus nunca ahítos estómagos.
Francisco José Segovia Ramos
Publicado en periódico irreverentes
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