Corta es ya la distancia que tus pies han de caminar.
El polvo de tu cansancio se arremolina,
cuando justo te detienes en cada esquina;
y cuando lloras por alguien, que ya se ha ido de tu corazón,
cual se va el sol, tras la nublada colina.
La última calle, sabe de tu triste soledad,
sabe de la dimensión de tu alma,
de tu trasnochar
y de tus nobles sueños que se van
contigo sin realizar.
El camino sinuoso, se angosta a la imperiosa voz de tu destino;
y a falta de unas manos piadosas, brazos del viento
te llevan hasta
el último recodo de tu aliento.
Tropiezan ya tus ojos con las mismas sombras de tus recuerdos,
que exprimen
la última luz de tus deseos.
Blancas flores del tiempo son tus cabellos canos,
que adornan el cielo de tu frente,
y que a claros proverbios saben,
cuando la noble juventud
los comprende.
En tu rostro marchito, se dibuja ya
la tiranía del tiempo,
como en un horizonte surcado por el furor de los vientos.
Y detrás de tus ojos,
de lánguidas luces seniles,
sentado,
un dios llora,
tus difuntas primaveras
en mortajas de aurora,
que apenas los vela,
con la luz de tu memoria.
Tu cuerpo trémulo, que lleva ya
el peso opresivo de los años,
lo resiste aún,
en los brazos de tu viril ilusión;
lo resiste...,
aunque ya vea en su sombra,
tu esperanza encorvada
y unas primeras arrugas
que te cruzan el alma.
Y aunque todo te duela, y aún sientas una misteriosa montaña,
ardiendo muy dentro de ti, sólo
cien kilómetros de mundo
mide tu ser.
Mas tu corazón, sin saber todavía hacia dónde va,
acabará por rendirse
caminando a solas;
acabará por morirse
a pausas como en un mar entre sus olas.
Oh, si, tu corazón!
que como indómito corcel,
aún galopa cuesta arriba,
aferrándose a la vida,
aun advirtiendo, tan pronto,
su fúnebre caída.
Oh, si, tu solitario corazón!
es quien presiente,
en el cuerpo de tu alma,
que, de tanto trajinar, la vida se resiente.
Es tu corazón, quien ausculta
a tu dios llorando,
a la luz de las velas
que va apagando
Adam Sánchez.
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