Tu rostro es la vanguardia,
tal vez llega primero
porque lo pinto en las paredes
con trazos invisibles y seguros.
(Mario Benedetti)
Querida Manoli:
“Pero tú, por favor, ¡tú no te metas!” me rogaste tomándome las manos cuando
quise corregirte con la uña el rímel en el párpado derecho y descubrí sin querer el moratón y me
fijé en tu rostro y encontré más heridas y murmuré: “¿Ha sido él? ¿Ha sido Man...?
“¡Tú no te metas!” me habías repetido mil veces por la ventana, por teléfono o por
la mañana en los años que fuimos vecinas de bloque y yo escuchaba voces y ruidos por el patio.
Una vez hasta dejé de hablarte durante semanas por lo borde que te pusiste al día siguiente
cuando te pregunté en el autobús. “¡Tú no te metas!” insistías furiosa, entre lágrimas, mientras
apretabas la mano de los niños.
Luego te fuiste al adosado y cada vez que quedábamos para vernos tenías que
inventar algo porque a Manolo ya no le gustaba yo ni ninguna de tus amigas y estabas pensando
dejar el trabajo porque él decía que él ganaba para los dos, que no te hacía falta, que la
urbanización estaba lejos y que si los deberes de las mellizas... y me repetiste “¡Tú no te metas!”
cuando yo le diría cuatro cosas a Manolo.
“¡Tú no te metas!” me dijo Manolo amenazándome con el dedo cuando me lo
encontré de frente en la calle y le di dos besos y lo abracé y le comenté que te había visto triste las
últimas veces y quise saber si pasaba algo entre vosotros. Desde entonces me niega el saludo y
se cambia de acera para no mirarme.
“¡Tú no te metas!” me aconseja Juan si ve dibujada la angustia en mi cara
cuando miro las fotos de los cuatro en aquel viaje de juventud, mochilas y bocatas por Cazorla.
Me escucha, oye mis temores y me asegura que eso nunca pasará entre nosotros pero al final me
suelta “¡Tú no te metas!”, que Manolo también es nuestro amigo, que ya sois mayores los dos y
que seguro encontráis una solución, que son cosas de la pareja, que no será la primera vez...
“¡Tú no te metas!” me dice tu hermana Chari cuando me encuentro con ella y el
resto de las chicas para reír y contar bromas, sólo que ya no hay bromas y llevas muchas
semanas sin venir y cuando pregunto por ti, un aguacero de silencio cae sobre nuestras
confidencias.
“¡No te metas!”, “¡Tú no te metas!”, me digo cada vez que pienso en ti y quiero
pensar que no será para tanto, que soy una metomentodo, que mi Juan también tiene sus cosas
pero nos vamos arreglando, pero luego me vuelve tu rostro, tus moratones, tu soledad, la forma
de agarrar de tu mano a las mellizas, el dedo amenazador de Manolo, el silencio de nuestras
amigas o la complicidad de Juan, el volumen de los televisores, las ventanas cerradas y me doy
cuenta de que me duele cada bofetada, porque soy tu amiga, porque soy parte de ti, porque
también soy Manoli y soy mujer como tú y no me basta con ponerme un lacito ni morado ni rosa, ni
salir a la puerta del colegio un minuto cada vez que asesinan a otra ni horrorizarme porque
persiguen a Juana o dejan en la calle a “La Manada”, porque para qué haré una huelga cada 8 de
Marzo si luego no me meto hasta las entrañas en tu vida hasta que sientas que tu miedo y mi
miedo son el mismo pero que juntando nuestros valores con el de Juana, con el de Fátima, con el
de tantas otras somos imparables, invencibles. Y me meto, Manoli, me meto en tu vida y en la de
Manolo, porque no es tu vida solo, es la mía, la de todas las mujeres, y cruzo la calle y me pongo
frente a él en la acera y le miro a los ojos y le llamo machista de mierda y maltratador aunque
Juan se descuelgue de mi brazo y se retrase azorado y tú, que caminas unos pasos por detrás con
los ojos en el suelo, te interpongas y me supliques “¡Tú no te metas!” y yo te digo que no puedo
meterme... porque nunca estuve fuera. Lo señalo con el dedo y recibo su bofetada y caigo al
suelo y veo a Juan correr desde la otra acera hacia nosotros y la gente se arremolina y se
interpone y aún escucho por encima de mi oído lastimado que sangra y zumba como en las afueras
del corro que se ha formado alguien le dice a alguien “¡Tú no te metas!” y yo me meto aún más
porque siento que todos me miran como te miran a ti siempre, Manoli.
Y él, Manolo, huye rugiendo como el animal en que se convierte cada vez que
te maltrata, te humilla y tú no sabes si acercarte a mí o ir a buscarlo y cuando la policía llega y yo
te señalo a ti y a la rata que se escapa, me ruegas con los ojos “¡No te metas!” .
Hasta el alma, Manoli, me metí hasta el corazón mismo. Te veo hablar llorando
con la policía e intuyo que, por fin, lo estás contando todo porque nadie viene a decirme “¡Tú no te
metas!”, “¡Usted no se meta!” y Juan me abraza culpable cuando me acompaña al Centro de Salud.
Desde el taxi, veo a Manolo esposado entre dos mujeres guardias que lo introducen en una
patrullera.
Has vuelto al piso de tus padres. Ayer te vi pasar fugaz por la puerta de mi
bloque con las mellizas de la mano y te paraste un momento y miraste hacia arriba. No coges mis
llamadas ni contestas mis mensajes pero te envío esta carta para que sepas que aunque ahora
oigo un veinticinco por ciento menos, sigo queriendo escucharte, te busco y te pararé en la calle y
que las llaves de mi casa que aun conservas significan que tú también sigues dentro.
Contigo, Lola
Juan L. Rincón Ares
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