Los odiaba hasta la médula. Por eso había empuñado el fusil y marchado hacia donde vivían. Ellos eran los culpables de la desaparición de varios niños, y de los robos en los comercios de la ciudad. Quizá también eran responsables de la enfermedad contagiosa que él sufría. Había que darle un fin a todo eso, y él estaba dispuesto a tomar venganza y darles un escarmiento. Golpeo con saña la primera de las puertas que encontró: le abrió un hombre que era su viva imagen, al que acompañaban una mujer y un niño idénticos a los suyos.
Francisco J. Segovia
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