Las luciérnagas de tus ojos
destruyeron el frescor de mi sonrisa
minando el caudal de mi alegría
que esa noche no encontró
un mar donde perderse.
Mirando bien, deteniéndome en los detalles,
observo que no son ojos, sino vulgares
lamparillas que el viento dejó encendidas
y que nada ven perdidas en un rincón
del cuarto vacío donde corre el silencio.
Están ahí, de pie, jugando con las sombras
dejando pasar entre sus llamas
un murmullo de frases sin sentido
escapadas de un rojo clavel
que duerme sobre una mesa de mármol.
Es una vieja nana que adormece
ocultando la vida en un jarrón
de cristal donde la luz refleja
la insignificancia de unos ojos
que sólo son dos lamparillas de aceite.
JOSÉ LUIS RUBIO
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