jueves, 20 de junio de 2019

MUY CERCA DE LOS CIELOS


Vasta extensión de las cumbres, soledad vacía y yerma
silencios que se hacen ecos, en las profundas quebradas
que escucho en mi fría soledad esperando la madrugada
cuando llega en la aurora por las cumbres, y se despierta.

Y el sol, con sus rayos iluminan al cactus que lo espera
le da su luz y toda la vida y al rocío, a la luna y al amor
él cierra con dulzura en su gran altura a la más bella flor
y espera el beso y su blanca luz de la próxima luna llena.

El sol atrae el viento y la brisa fresca, aliento de la vida
y aparece el águila en las alturas, que ya busca su presa
el alimento de sus polluelos que lo recoge con entereza
no mata nunca por matar, sólo para alimentar a su cría.

Y la serpiente, retoza al sol de la vida entre las piedras
adormecida por la luz, y el suave perfume de la hierba
mientras escucho viajando en los senderos de la sierra
el melodioso sonido de la caja, dulce voz de la chayera.

Ella canta, ya viejita, siempre a su madre, PachaMama
tierra bendita que cobijó por centurias, a sus hermanos
labradores, sembradores, de la tierra por siglos y años
los legítimos dueños de esta hermosa tierra mancillada.

Y canta y canta en el caminito de las cabras, con alegría
ya suena melodiosa su caja retumbando en las montañas
ella le canta al durazno y al pimentón, al ají y al arrayán
y al sauce llorón, sembrando de coplas toda la tierra mía.

Escucho el cencerro del macho cabrío guía de la manada
él, está buscando los senderos, en las laderas escarpadas
y guía seguro y sin temor hasta las profundas quebradas
a todos los más pequeñitos al pasto fresco de las aguadas.

Ya veo al hombre flaco y fuerte de los hermosos parajes
él lleva su carga en las espaldas, de la leña para el fuego
que las arrima a su fuerte rancho, y escondido del viento
protegiendo a su familia y a sus muy pobres propiedades.

El viento me arranca casi como un juego, mi sombrero
y una niñita muy bella me ve, y se arrima a mis parajes
camina por los senderos viejos de las cabras con coraje
y me alcanza mi prenda, quedó prendida en el espinaje.

Me sonríe alegre como un ángel, sin pedir nunca nada
sólo mira mis manos, que atenazan un Santo Rosario
que me acompaña siempre en los momentos solitarios
lo cuelgo en su cuellito, cruz de plata, cuentas blancas.

Sonríe, dientecitos blancos, con alegría y toda su alma.
ella se acerca, me deja un beso en la mejilla agradecida
me abre el poncho, acaricia mi corazón dándole la vida
con sus manitos sobre el suyo, veo la miel de su mirada.

Se aleja jugando y saltando, por las sendas de la quebrada
lo miro al hombre que saluda con su sombrero agradecido
siento con alegría, el retozo regular, de mi corazón herido
las manitos de la niña aliviaron sus latidos, y la esperanza.

De la cumbre bajo despacito por la fina huella de las cabras
mi corazón regocijado por amor, latiendo suave y tranquilo
miro al cielo veo al águila, que me acompaña en mi camino
con la esperanza en mi sangre, y el fresco viento en mi cara.

La vida es el cantar de los cantares, y toda el alma es su voz
retumba en las sierras como una queja silenciosa y solitaria
cantar que lleva la vida al rancho con el sol a sus espaldas
con el eco en las piedras milenarias, entre las nubes y el sol.

Seria intolerable, si en la memoria de nuestra raza
al escuchar los silencios ancestrales de las montañas
no habría lugar para las dulces brisas de los ensueños.

Manuel F. Romero Mazziotti -Argentina-

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