La destrucción comienza en esas casas
que van dejando al aire sus ladrillos,
restos de papel floreado sobre la medianera
y escaleras que no llevarán ya a ninguna parte.
A veces los balcones permanecen como si se resistieran
a dejar los últimos rastros de vida de la casa,
como si pretendieran cubrir la decadencia de las puertas
arrumbadas sobre el desnivel de los baldíos,
donde la oxidación se ensaña con las viejas persianas.
Siempre hay una flor que brota como una sombra más entre las sombras
que aún recorren el olvido de las habitaciones derruídas.
Los impúdicos restos, los dibujos de hollín en las molduras,
un número de teléfono escondido en un retazo de papel
que burla la intemperie, subsisten todavía,
pero nada podrá salvar las casas.
Las balaustradas que perduran en compactos jarrones
acaso no lleguen a presentir la muerte
que anda rondando las enredaderas,
los últimos jazmines empujados hacia el sur,
las descascaradas flores de manpostería
que atestiguan las transformaciones como una manera del olvido.
Cada día estrujamos un nuevo fragmento del pasado;
una tarde los rostros de la antigua ciudad
habrán cambiado su voz,
y comenzarán a hundirse en el silencio de las fotografías.
Los muertos también se habrán llevado su recuerdo.
Horacio Salas -Argentina-
Publicado en Estación Quilmes
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