En vuelo ligero el ave, alcanza mil objetivos,
ni piensa, ni estorba al otro, porque su rol es el mismo.
Y el que humano más parece, exento de la virtud,
se ríe del que se inclina, de quien busca su quietud.
En el cosmos mil estrellas titilan sin molestarse,
llega el sol y se retiran en humildad permanente;
cuando la luna se asoma entre el cielo más nocturno,
le toca al sol en su turno virar de rumbo valiente.
El árbol crece despacio, no tiene prisa y sus ramas,
un día serán la sombra de quien lo mira y se asombra.
Mientras tanto aquí en la tierra, la casa del rey humano,
donde todos de la mano andamos nuestro destino,
nos molesta ese vecino que no puede descansar
y que trasnocha al pensar en mil nuevos objetivos.
Hablamos más de la cuenta, sin saber lo que acontece,
en la mente y en la vida de quién tenemos delante.
Ninguno en la creación entre si se regodean,
cuando tormentos o penas tiene su amigo cercano,
es más, le tienden la mano para lograr la verdad,
sabiendo que la unidad, aún en diversidad,
hacen la fuerza absoluta para lograr la hermandad.
Mil años mantiene el roble en sus espaldas de bruma,
nada de lo visto abruma su crecimiento absoluto,
pasa estío, pasa invierno, carente de sensaciones
que no sean las nociones de conocer sus raíces.
El pájaro, sin hogar, libre de cargas emigra;
allá donde vuela y llega siempre es el mismo ser vivo.
No desea ser altivo, ni piensa en entorpecer,
al vagabundo y se aleja de quién pretende ser él.
Valiente camina el tiempo y constante fluye el agua.
No se detiene ante nada, pero arrasa cuando el hombre,
creyéndose Dios del mundo, trampas le pone iracundo
para su diestro progreso.
La flor crece noble y bella, más se muere si la tocas;
¿para adornar un jarrón?, ¿para complacer el alma
de una distante mujer?; no es necesario matar
la perfección de una rosa para demostrar amor...
El amor es otra cosa.
Carmen Azparren Caballero
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