Árboles que estáis mirando,
con diferente voz os condoléis,
blandidas vuestras ramas se entrelazan
y aves trinan en las copas.
Veis mi morir cantado,
sin duelo, lágrimas o fatiga.
El cielo en mis tristezas
cargó la mano tanto,
que la pesada vida
me llevó al acantilado.
Mala hierba al trigo ahoga.
Las buenas tierras flores llenan.
Verdores y alimentos varios
quitaron breves enojos.
Mas los dolores de amor
fueron tantos,
que abrojos y púas clavaron.
¡Ay, pena que se acrecienta
en la noche de su partir!
Sombra he quedado
de tanta luz que le di.
Miro escarlatas nubes,
paraguas lanzan a los cantos
que sólo el mar oye
y las olas coro hacen.
Y cuando vea acabar el día,
paso a paso,
me acercaré a la orilla
y de un salto entregaré mi vida,
a Aquél que la bordó con espinas.
Ana María Lorenzo
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