De nuevo el beso de la ninfa Maya hace jardines los campos, de nuevo sobrevuela con esa velada ala que da color tras el invierno.
Tal vez, la abundancia en mayo, tras las lluvias de abril y el cortés amor de la naturaleza, sea ese manantial de fertilidad implorado por los mortales desde que el mundo entró en su oración perpetua, en ese rosario que el tiempo desborona en su paso cíclico.
El vino de otros besos más crápulas entra ya tibio en la garganta porque la primavera seduce al sol ansioso de darse la vuelta sobre si mismo y atrapar a las ninfas en esa desnudez trémula de frutos y racimos. Los pozos y las fuentes saciadas del invierno brotan sobre esos cuerpos de ébano y marfil y el delicado lienzo meridiano los evapora en caricias y arrumacos de madre.
Fiesta de todas las madres que en mayo vuelven a serlo como poseídas de su fecundo don.
Mayo es una fiesta de día y de noche asombrada de luna y de deseo, asombrada de besos de lenguas florales, rememorados en eterna juventud.
MIGUEL CAMUÑAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario