Hacía casi un año que no veía a mi amigo Carlos, por lo que me alegró sobremanera su invitación para ir a su nueva casa, sita en las afueras de la ciudad. Me dijo, además, que tenía una sorpresa reservada para mí. Sin más demora, partí en el acto.
Carlos me acogió afectuosamente y me hizo pasar al salón. Me senté en un cómodo sillón, situado frente a un sofá de dos plazas que tenía unos mullidos cojines. El ambiente era muy agradable y poco tardó mi amigo en ponerme en antecedentes.
—Hace un año tuve una experiencia alucinante —comenzó —. Sucedió cuando viajaba en coche, solo, por una carretera serpenteante y perdida entre las montañas — hizo una pausa para comprobar si lo estaba siguiendo. Asentí y continuó —. Era de noche, y estaba muy oscuro. Entonces… al tomar una curva, presentí que algo o alguien se había subido al coche conmigo.
—Es la famosa historia del viajero fantasma que se sube a un automóvil —dije.
—Sí, en efecto. Tuve entonces unos momentos de pánico, pero después todo pasó rápidamente y controlé la situación. Fue una historia apasionante —terminó.
—¿Y qué más? —inquirí, porque la historia no era mejor que otras muchas que hubiese escuchado antes.
—Quiero presentarte a la mujer que se subió al coche entonces, con la que vivo hace una año —respondió al cabo de unos segundos, y se levantó del sofá, se giró como si saludara a alguien, dio dos besos en el aire y agarró el vacío con sus manos. Pensé que estaba gastándome una broma o, mucho peor, que se había vuelto loco, porque su rostro reflejaba un amor desmesurado —. Ella es Marta —informó.
—Encantado —balbuceé, y di por hecho que Carlos estaba loco de atar. Pero entonces, y cuando nos volvimos a sentar, contemplé atónico como el cojín que había al lado de donde se había sentado mi amigo se hundía, como si algo… o alguien, se hubiese sentado encima de él…
Francisco Segovia -Granada-
Publicado en periodicoirreverentes
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