Sus cabezas son, o eran, avisperos
y sus corazones una brasa
que quemaba lentamente
desperdicios
infames
que alguna vez debían acabarse, esperaban.
El humo se levantaba
desde el pecho
hasta el enjambre atrapado
entre cuatro huesos,
jauría amontonada
contra el vidrio de los ojos.
El fuego, si vivo, si ligero,
habría terminado
por encerrar en una síntesis de urnas
las cenizas
de tantos cantos inútiles
declamados desde tantas cátedras
con acústica.
Laboriosos, descascaraban palabras
del siglos
de boca de dictadores
y escarbaban en la infancia
como en el fondo de un estanque
entre esqueletos de pájaros
y juguetes corrompidos.
La resaca los ahogaba
cuando vieron acercarse
caravanas de camiones hediondos
en el amanecer lluvioso y frío.
Escaparon, si pudieron, y la red
infatigable de cirujas
los olfateaba fácilmente
en medio de cualquier multitud,
cuarto de hotel o monasterio
o cima de montaña.
Sin paz, sin fogata, enloquecidos
cayeron en el basural
que ya no era de salmos ni églogas ni ditirambos
y cuando se agarraron la cabeza
enroscados, aturdidos
por las voces de alarma, de orden, de fusilamiento,
gritando en el polvo,
empezaron a ingresar
en la solemne, académica
y oscura legión de los poetas.
ENRIQUE BUTTI (Santa Fe-Santa Fe-Argentina)
Publicado en Gaceta Virtual 113
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