Me busco. Me busco, pero no me encuentro. Hace ya décadas que me perdí, más de cuatro lustros que vago desorientado por la vida, tratando de hallar aquello que tanto tiempo atrás extravié, aquello que me ayudaba a sonreír y me iluminaba con la llama de la esperanza, aquello que me permitía sobrellevar los días, afrontarlos con entusiasmo, luchar por objetivos; esperanza que me hacía indignarme ante las injusticias o caer en el desespero cuando se frustraban mis anhelos, o disfrutar con desbordante alegría cuando mis deseos, por nimios que éstos fueran. Entonces concebía mi existencia de una forma ascendente, que mejoraría con el transcurso de los años, y valía la pena comprometerse por algo, tener mínimas ambiciones.
Hoy, sin embargo, cuando mi vida ya ha superado su ecuador; cuando las noches y los días se confunden en este lúgubre manto de tinieblas que me abraza y me oprime; cuando se me entrecierran los ojos, pesados y cansados de tantos fracasos; cuando mis pupilas, sangrantes de tener los nervios crispados y doloridas de tan largos llantos que las han dejado secas, vacías, hartas de asistir a tantas caídas, a tantos naufragios, sé que todo cuanto en su día creí era falso; que ya no hay lugar para la esperanza, que todos los dioses han muerto, y que yo mismo fenecí al poco tiempo de haber nacido.
Llevo una temporada refugiándome en las letras. Ahogo mis pesares en medio de las tintas, vierto sobre el papel todas mis angustias, y trato de recuperar la calma con mis escritos. No es algo nuevo para mí, en realidad. Desde niño me ha gustado escribir, y desde hace menos me vuelco en la lectura para sumergirme en otras realidades que me ayuden a huir de la mía, de esta existencia que tanto detesto. Algo similar me ocurre en los sueños, cuando mi mente vuela para realizar mis imposibles. Sólo entonces vivo, siquiera durante unas pocas horas y de manera incompleta, esos placeres para mí prohibidos; sólo ahí abrazo a esa mujer; sólo ahí beso sus sabrosos labios; sólo ahí lloramos de felicidad por tenernos y tocarnos, por gozarnos; sólo ahí suspiramos de placer mientras nos miramos a los ojos, mientras contemplamos nuestras almas.
Pero llega el momento de despertar y de volver a hundirme en mi miserable mundo. Entonces el dolor es mayor, por comprobar que todo no había sido más que un espejismo, una mera ilusión. Y es que cada vez me llena menos escribir, y cada vez me cuesta más coger un libro. Esos poemas que hace no tanto admiré ahora los observo indiferente, con tedio, con hastío, queriendo que todo acabe; que finalice este drama, que se corran las cortinas del último acto. Y es que vivir así no tiene sentido.
JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario