Cada mañana
mis párpados se convierten en dos amuletos de la suerte,
restriego sus escamas
con toallitas y fusiles
y clavo junto a la carne de sus huesos
palillos con forma de arterias.
Con el blanco de los ojos desgarrados
beso el vaho de su penumbra
y con tics nerviosos
y muslos de tortuga
emprendo el atroz vaivén
de la resurrección diaria.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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