Como todas las noches estábamos sentados al brasero. Llovía. Mi novia comía pipas y su madre y
yo cacahuetes. Yo estaba atento por si la madre se levantaba. Hundía mi mano derecha entre sus
piernas. A veces me atrevía a besar un pecho y mi novia me advertía: ya cariño que va a venir. Y
ella suspiraba porque sentía placer y se agarraba a mi "bartolo" y le daba unos suaves meneos. Yo
me ponía a cien y aparecía la madre, antes de llegar a la salita, tosía tres veces y retardaba unos
segundos la llegada.
Así íbamos cada noche. Beso por aquí, meneo por allá. Una noche su madre nos comentó
que iba a un recado.
Ya tenía yo ganas. Nos lanzamos y fui visitando con mis labios y manos los lugares de
lujuria. Tosió tres veces y me contuve. Pero tenía mi novia el "muñeco" en la mano y no lo soltaba.
En esto la madre dijo: ¡qué frío! Voy a atizar el brasero. Y mi gozo sollozó y salió el chorro que fue
a verterse en la cara de la madre. Se levantó. Miró a su hija y exclamó: ¡Coño! Eso se avisa.
MANUEL GARCÍA CENTENO
Publicado en la revista Siembra 96
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